, padres
graves, cofrades, penitentes, sin ocuparse mas que de rosarios,
escapularios, letanias, horas, antifona y cabildeos. Vivia entre el
confesonario, el locutorio, la celda y la sacristia, hecha un santo de
palo, con el cuello torcido, la mirada en el suelo, avinagrado el gesto,
y la voz siempre clueca y comprimida.
En los pocos momentos que pasaba en su casa era intratable. En todo
cuanto decia su pobre marido encontraba ella pensamientos pecaminosos;
todas las acciones de el eran mundanas: le quemaba los libros, le sacaba
el dinero para obras pias, le llenaba la casa de padres misioneros,
teatinos y premostratenses; y en cuanto se hablaba do conciencia y de
pecados, empezaba a mentar los de todo el mundo, sacando a la
publicidad de una tertulia frailuna la vida y milagros del vecindario,
para condenarla como escandalosa y corruptora de las buenas costumbres.
En tocando a este punto le daban arrebatos de santa colera, y entonces
no se la podia aguantar.
Pero de repente la insoportable beata se volvio del reves; el fondo de
su caracter era una volubilidad extremada. Cambiando repentinamente,
adopto un genero de vida muy mundano: se salia de capa y se andaba por
esos mundos dando zancajos con el pretexto de que tenia una fuerte
afeccion moral y necesitaba distraccion. Acompanabala algun militar
joven o algun abate verde. Su marido, viendo que era imposible detenerla
en casa, tuvo que consentir en aquella vida voladera; que si bien le
costaba una parte de su fortuna, le libraba por algun tiempo de las
impertinencias de aquel demonio.
La tercera metamorfosis de dona Clara fue peor. Le dio por ponerse
enferma, y entonces no habia malestar, ni dolencia, ni afeccion cronica,
ni ataque agudo que no viniera a afligir su cuerpo. Agoto todos los
ungueentos, especificos y tisanas; puso sobre un pie a todos los
boticarios, curanderos, medicos y protomedicos, y visito todos los banos
minerales de Espana, desde Ledesma a Paracuellos, desde Lanjaron a
Fitero. Lo unico que parecia aliviarla era el circunstanciado relato de
sus males que hacia a todos los teatinos, franciscanos, minimos y
premostratenses, con quienes volvio a entibiar misticas relaciones.
Chacon, su pobre esposo, cogia el cielo con las manos, y aun llego a
aplicarle el eficaz cauterio de unos cuantos palos, que no produjeron
otro efecto que recrudecer la feroz impertinencia de aquel enemigo.
Al mismo tiempo la fortuna del matrimonio tocaba a su termino, y
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