corona. Este modo de
peinarse era ya desusado en la corte; pero la belleza suele generalmente
triunfar de la moda, y Clara estaba muy bien con su trenza piramidal. El
traje era de los que usaba entonces la clase no acomodada, pero tampoco
pobre, es decir, un guardapies de tela clara con pintas de flores,
mangas estrechas hasta el puno, talle un poco alto y el corte del cuello
cuadrado y adornado de multiples encajes.
La investigacion del militar duro mucho menos de lo que hemos empleado
en describir la figura. Durante algunos segundos estuvieron los tres
personajes inmoviles el uno frente al otro sin decir palabra, hasta que
el viejo, como continuando una peroracion interior, exclamo con un
repentino acceso de ira y lanzando de sus ojos rapidamente iluminados
una mirada feroz.
"iInfames, perros! Quisiera tener en mi mano un arma terrible que en un
momento acabara con todos esos miserables. iAh! Pero ellos no tienen la
culpa. Tienen la culpa los otros, los sabios, los declamadores, los que
les educan, esos malvados charlatanes que profanan el don de la palabra
en los infames conciliabulos de las Cortes. Tienen la culpa los
revolucionarios, rebeldes a su Rey, blasfemos de su Dios, escarnio del
linaje humano. iOh, Dios de justicia! ?No vere yo el dia de la
venganza?"
El militar estaba atonito y algo corrido. Pareciale que aquello era una
replica indirecta a su expresiva disertacion del camino; y aunque se le
ocurrio contestarla, vio en el rostro de Elias una expresion de
contumacia y ferocidad que le intimido. Su atencion estaba en parte
reconcentrada en la companera del realista. Clara miraba al viejo con la
indiferencia propia de la costumbre, y al mismo tiempo miraba a su
protector como si se avergonzara de la extraneza que le causaban las
palabras del viejo.
El militar, poco cuidadoso al fin de las imprecaciones del realista,
comenzo a sentir interes hacia aquella pobrecilla, que, sin saber por
que, le inspiro mucha lastima desde el principio.
Pero llego un momento en que el joven sintio su situacion embarazosa.
Elias continuaba en voz baja su soliloquio sin cuidarse de el; era
preciso marcharse; y eso de marcharse sin satisfacer un poco la
curiosidad y hablar otro poco con la joven, no le gustaba. Miro a Elias
con insistencia y se acerco a el; pero este no daba muestras de fijar en
el otro la atencion, ni tenia gratitud, ni afecto, ni cortesia, ni era,
al parecer, cortado por el comun patron de los demas ho
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