a piedra sillar que cae...
En un gran ovalo abierto entre las mesas se renovaban incesantemente
las parejas de danzarines. Los vestidos y sombreros de las
mujeres--espumas de diversos colores en las que flotaban briznas de
plata y oro--, asi como las masas blancas y negras del indumento
masculino, se esparcian en torno a las manchas cuadradas de los
manteles.
Con la musica estridente de las orquestas venia a juntarse un
estrepito de feria. Los que no estaban ocupados en bailar lanzaban por
el aire serpentinas y bolas de algodon, o insistian con un deleite
infantil en hacer sonar pequenas gaitas y otros instrumentos pueriles.
Flotaban en el aire cargado de humo esferas de caucho de distintos
colores que los concurrentes habian dejado escapar de sus manos. Los
mas, mientras comian y bebian, llevaban tocadas sus cabezas con gorros
de bebe, crestas de pajaro o pelucas de payaso.
Habia en el ambiente una alegria forzada y estupida, un deseo de
retroceder a los balbuceos de la infancia, para dar de este modo nuevo
incentivo a los pecados monotonos de la madurez. El aspecto del
restoran parecio entusiasmar a Elena.
--iOh, Paris! iNo hay mas que un Paris! ?Que dice usted de esto,
Robledo?
Pero como Robledo era un salvaje, sonrio con una indiferencia
verdaderamente insolente. Comieron sin tener apetito y bebieron el
contenido de una botella de champana sumergida en un cubo plateado,
que parecia repetirse en todas las mesas, como si fuese el idolo de
aquel lugar, en cuyo honor se celebraba la fiesta. Antes de que se
vaciase la botella, otra ocupaba instantaneamente su sitio, cual si
acabase de crecer del fondo del cubo.
La marquesa, que miraba a todos lados con cierta impaciencia, sonrio
de pronto haciendo senas a un senor que acababa de entrar.
Era Fontenoy, y vino a sentarse a la mesa de ellos, fingiendo sorpresa
por el encuentro.
Robledo se acordo de haber oido hablar a Elena repetidas veces del
banquero mientras estaban en el teatro, y esto le hizo presumir si se
habrian visto aquella misma tarde. Hasta se le ocurrio la sospecha de
que este encuentro en Montmartre estaba convenido por los dos.
Mientras tanto, Fontenoy decia a Torrebianca, rehuyendo la mirada de
la mujer de este:
--iUna verdadera casualidad!... Salgo de una comida con hombres de
negocios; necesitaba distraerme; vengo aqui, como podia haber ido a
otro sitio, y los encuentro a ustedes.
Por un momento creyo Robledo que los ojos pueden so
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