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a entradas en anos y de aspecto maligno fingian gran interes por conocer los versos, y hasta se llevaban de vez en cuando una mano a la oreja para oir mejor. Pero al mismo tiempo las dos seguian conversando detras de sus abanicos. En ciertos momentos dejaban estos sobre sus rodillas para aplaudir y gritar: "iBravo!"; pero volvian a recobrarlos y los desplegaban, riendo de la duena de la casa bajo el amparo de su tela. Robledo estaba detras de ellas, apoyado en el quicio de una puerta y medio oculto por el cortinaje. Como la condesa declamaba con vehemencia, las dos senoras se veian obligadas a elevar un poco el tono de su voz, y el ingeniero, que era de oido sutil, pudo enterarse de lo que decian. --Seria preferible--murmuraba una de ellas--que en vez de regalarnos con versos, preparase un _buffet_ mejor para sus invitados. La otra protesto. En casa de la Titonius, la mesa era mas peligrosa cuanto mas abundante. Se necesitaba un valor heroico para aceptar la invitacion a sus comidas, que ella misma preparaba. --A los postres hay que pedir por telefono un medico, y alguna vez sera preciso avisar a la Agencia de pompas funebres. Entre risas sofocadas, recordaban la historia de la duena de la casa. Habia sido rica en otros tiempos; unos decian que por sus padres; otros, que por sus amantes. Para llegar a condesa se habia casado con el conde Titonius, personaje arruinado e insignificante, que considero preferible esta humillacion a pegarse un tiro. Ocupaba en la casa una situacion inferior a la de los domesticos. Cuando la condesa tenia excitados los nervios por la infidelidad de alguno de sus jovenes admiradores arrojaba escaleras abajo las camisas y calzoncillos del conde, ordenandole como una reina ofendida que desapareciese para siempre. Pero pasada una semana, al organizar la poetisa una nueva fiesta, reaparecia el desterrado, siempre humilde y melancolico, encogiendose como si temiese ocupar demasiado espacio en los salones de su mujer. --Yo no se--continuo una de las murmuradoras--para que da estas fiestas estando arruinada. Fijese en la mesa que nos ofrecera luego. Los grandes pasteles y las frutas ricas que adornan el centro son alquiladas por una noche, lo mismo que sus domesticos. Todos lo saben, y nadie se atreve a tocar esas cosas apetecibles por miedo a su enfado. La gente se limita al te y las galletas, fingiendose desganada. Cesaron en sus murmuraciones para aplaudir a la poetisa, y esta,
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