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uchas senoras se burlaban francamente de la condesa, partiendo de sus grupos ironicas miradas hacia su persona. El viejo que habia dejado sus bufandas y su pipa en el guardarropa dio varias palmadas, siseo para imponer silencio, y dijo luego con solemnidad: --La asistencia reclama que nuestra bella musa recite algunos de sus versos incomparables. Muchos aplaudieron, apoyando esta peticion con gritos de entusiasmo. Pero la masa se mostro displicente y empezo a moverse en su asiento haciendo signos negativos. Al mismo tiempo dijo con voz debil, como si acabase de sentir una repentina enfermedad: --No puedo, amigos mios... Esta noche me es imposible... Otro dia, tal vez... Volvio a insistir el grupo de admiradores, y la condesa repitio sus protestas con un desaliento cada vez mas doloroso, como si fuese a morir. Al fin, los invitados la dejaron en paz, para ocuparse en cosas mas de su gusto. Los grupos volvieron sus espaldas a la poetisa, olvidandola. Un musico joven, afeitado y con largas guedejas, que pretendia imitar la fealdad "genial" de algunos compositores celebres, se sento al piano e hizo correr sus dedos sobre las teclas. Dos muchachas acudieron con aire suplicante, poniendo sus manos sobre las del pianista. Oirian despues con mucho gusto sus obras sublimes; pero por el momento debia mostrarse bondadoso y al nivel del vulgo, tocando algo para bailar. Se contentaban con un vals, si es que sus convicciones artisticas le impedian descender hasta las danzas americanas. Varias parejas empezaron a girar en el centro del salon, y cuando iba aumentando su numero y no quedaba quien se acordase de la condesa, esta miro a un lado y a otro con asombro y se puso en pie: --Ya que me piden versos con tanta insistencia, accedere al deseo general. Voy a decir un pequeno poema. Tales palabras esparcieron la consternacion. El pianista, por no haberlas oido, continuo tocando; pero tuvo que detenerse, pues el senor humilde y anonimo que iba de un lado a otro como un domestico se acerco a el, tomandole las manos. Al cesar la musica, las parejas quedaron inmoviles; y, finalmente, con una expresion aburrida, volvieron a sus asientos. La condesa empezo a recitar. Algunos invitados la oian con tina atencion dolorosa o una inmovilidad estupida, pensando indudablemente en cosas remotas. Otros parpadeaban, haciendo esfuerzos para repeler el sueno que corria hacia ellos montado en el sonsonete de las rimas. Dos senoras y
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