fantil, compuesto de distintas razas. Los ninos blancos
parecian como perdidos dentro de pantalones viejos de sus padres y sus
pies se movian sueltos en el interior de enormes zapatos. Los
indigenas llevaban una simple camisita o iban con la barriga al aire,
resaltando sobre su curva achocolatada el amplio boton del ombligo.
Como todos ellos estaban acostumbrados a que los viajeros que llegaban
a la Presa no llevasen otro equipaje que la llamada "lingera", saco de
lona donde guardaban su ropa, se asombraron al ver la cantidad de
baules y maletas del coche-correo, vieja diligencia tirada por cuatro
caballos huesudos y sucios de lodo.
Una gran parte de dicho equipaje iba amontonado en el techo del
vehiculo, y al avanzar este rechinando sobre los profundos relejes
abiertos en el polvo, se inclinaba con un balanceo comico o
inquietante, como si fuese a volcar.
En la puerta del boliche se agolparon los hombres libres de trabajo,
atraidos por tal novedad. Se detuvo el coche ante la casa de madera
habitada por Watson, y este se mostro rodeado de su servidumbre.
Corrieron hombres y mujeres, lanzando exclamaciones al ver que bajaba
del carruaje el ingeniero Robledo. Muchos se abalanzaron para
estrechar su mano confianzudamente, con la camaraderia de la vida en
el desierto. Despues todos parecieron olvidar al espanol, a causa de
la curiosidad que les inspiraban los desconocidos salidos del coche.
Primeramente echo pie a tierra el marques de Torrebianca para dar la
mano a su esposa. Esta vestia un lujoso abrigo de viaje, cuya
originalidad chocaba violentamente con todo lo que existia en torno de
ella.
Se mostraba muy seria, con el gesto duro de sus malos momentos. Miraba
a un lado y a otro con extraneza y disgusto. A pesar del amplio velo
que defendia su cara, el polvo rojizo del camino habia cubierto sus
facciones y su cabellera. Sus ojos delataban una gran desesperacion y
todo en su persona parecia gritar: "?Donde he venido a caer?"
--Ya llegamos--dijo Robledo alegremente--. Dos dias y dos noches de
ferrocarril desde Buenos Aires y un par de horas de coche a traves de
una tempestad de polvo, no es mucho. Mas lejos esta el fin del mundo.
Varios hombres de los que habian saludado a Robledo dandole la mano
empezaron a descargar espontaneamente las maletas amontonadas en el
techo y el interior de la diligencia.
Una doncella de la marquesa habia enviado de Paris a Barcelona este
equipaje, que representaba los ultim
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