oria se presiente por un fragmento de estatua o de capitel
descubierto entre los muros derrumbados, este hombre, que robaba a sus
camaradas y quedaba en el suelo como muerto despues de sus
borracheras, tenia siempre en su decaida persona un ademan o una
palabra que hacian adivinar su origen.
--Un dia vi como por broma peinaba a uno de nuestros capataces y le
arreglaba los bigotes en punta, a estilo del kaiser Guillermo. Mande
que le diesen de beber todo lo que quisiera. Es el medio mas seguro de
que esos hombres hablen, y el hablo. El borracho, avejentado
prematuramente, era un baron de Berlin, antiguo capitan de la Guardia
imperial, que habia perdido al juegos sumas importantes confiadas por
sus superiores. En vez de matarse, como lo exigia su familia, se vino
a America, rodando hasta lo mas bajo. Empezo siendo general en el
Nuevo Mundo, y acabo de peon ebrio y mal trabajador.
Al ver que Elena se interesaba por el personaje, Robledo continuo
modestamente:
-Este aleman fue general en una de las revoluciones de Venezuela. Yo
tambien he sido general en otra Republica y hasta ministro de la
Guerra durante veinte dias; pero me echaron por parecerles demasiado
cientifico y no saber manejar el machete como cualquiera de mis
ayudantes.
Despues hablo de otro peon igualmente ebrio, pero silencioso y triste,
que habia venido a morir en la Presa y estaba enterrado cerca del rio.
Robledo encontro papeles interesantes en el fondo de la "lingera" de
este vagabundo piojoso. Habia sido en su juventud un gran arquitecto
de Viena. Tambien encontro la vieja fotografia de una dama con peinado
romantico y largos pendientes, semejante a la asesinada emperatriz de
Austria. Era su esposa, y habia muerto en Khartoum, hecha pedazos por
los fanaticos del Sudan, capitaneados por el Madhi, cuando su marido
iba con el general Gordon. Otra fotografia representaba a un hermoso
oficial austriaco, con la levitilla blanca muy ajustada al talle: el
hijo de aquel mendigo.
--Y es inutil--continuo Robledo--querer levantar a estos vagabundos.
Se les limpia, se les proporciona una existencia mejor, se les
sermonea para que beban menos y recobren sus facultades de hombres
inteligentes. Cuando ya estan repuestos y parecen felices, se
presentan una manana con el saco al hombro: "Me voy, patron; arregleme
la cuenta." Nada se consigue haciendoles preguntas. Estan contentos,
no tienen de que quejarse, pero se van. Apenas se sienten bien, el
demonio que l
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