sesperanzado, sonriese desde los
ultimos meses. Si los ingenieros del Estado conseguian cruzar con un
dique el rio Negro, los canales que estaban abriendo un espanol
llamado Robledo y otro socio suyo fecundarian las tierras compradas
por ellos junto a su estancia, y el podria aprovechar igualmente dicha
irrigacion, lo que aumentaria el valor de sus campos en proporciones
inauditas.
Le escucho Celinda con la indiferencia que muestra la juventud por los
asuntos de dinero. Ademas, don Carlos tuvo que privarse del placer de
continuar haciendo suposiciones sobre su futura riqueza al ver a una
mestiza de formas exuberantes, carrilluda, con los ojos oblicuos y una
gruesa trenza de cabello negro y aspero que se conservaba sobre sus
enormes prominencias dorsales para seguir descendiendo.
Al entrar en el comedor dejo junto a la puerta un saco lleno de ropa.
Luego se abalanzo sobre Celinda, besandola y mojando su rostro con
frecuentes lagrimones.
--iMi patroncita preciosa!... iMi nina, que la he querido siempre como
una hija!...
Conocia a Celinda desde que esta llego al pais y entro ella en la
estancia como domestica. Le resultaba doloroso separarse de la
senorita, pero no podia transigir mas tiempo con el caracter de su
padre.
Don Carlos era violento en el mandar y no admitia objeciones de las
mujeres, sobre todo cuando ya habian pasado de cierta edad.
--El patron aun esta muy verde--decia Sebastiana a sus amigas--; y
como una ya va para vieja, resulta que otras mas tiernas son las que
reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para mi solo quedan los
gritos y el amenazarme con el rebenque.
Despues de besuquear a la joven, miro Sebastiana a don Carlos con una
indignacion algo comica, anadiendo:
--Ya que el patron y yo no podemos avenirnos, me voy a la Presa, a
servir donde el contratista italiano.
Rojas levanto los hombros para indicar que podia irse donde quisiera,
y Celinda acompano a su antigua criada hasta la puerta del edificio.
A media tarde, cuando don Carlos hubo dormido la siesta en una
mecedora de lona y leido varios periodicos de Buenos Aires, de los que
traia el ferrocarril a este desierto tres veces por semana, salio de
la casa.
Atado a un poste del tejadillo sobre la puerta, estaba un caballo
ensillado. El estanciero sonrio satisfecho al darse cuenta de que la
silla era de mujer. Celinda aparecio vestida con falda de amazona.
Envio a su padre un beso con la punta del rebenque, y sin apoy
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