Sono una risa incredula del hombre.
--?Rusa?... Hay quien la conocio de nina en Viena, cantando sus
primeras romanzas en un _music-hall_. Un senor que pertenecio a la
diplomacia afirma por su parte que es espanola, pero de padre
ingles... Nadie conoce su verdadera nacionalidad; tal vez ni ella
misma.
Robledo abandono su asiento,. No era digno de el permanecer alli
escuchando silenciosamente tales cosas contra sus amigos. Pero antes
de alejarse sono a sus espaldas una doble exclamacion de asombro.
--iAhi llega Fontenoy--dijo la mujer--, el gran protector de los
Torrebianca! iQue extrano verle en esta casa, que nunca quiere
visitar, por miedo a que su duena le pida luego un prestamo!... Algo
extraordinario debe ocurrir.
El ingeniero reconocio a Fontenoy en el grupo de gente elegante
saludando a los Torrebianca. Sonreia con amabilidad, y Robledo no pudo
notar en su persona nada extraordinario. Hasta habia perdido aquel
gesto de preocupacion que evocaba la imagen de un pagare de proximo
vencimiento. Parecia mas seguro y tranquilo que otras veces. Lo unico
anormal en su exterior era la exagerada amabilidad con que hablaba a
las gentes.
Observandole de lejos, el espanol pudo ver como hacia una leve sena
con los ojos a Elena. Luego, fingiendo indiferencia, se separo del
grupo para aproximarse lentamente al gabinete solitario donde habian
estado al principio Robledo y la condesa.
Tomaba al paso distraidamente las manos que le tendian algunos,
deseosos de entablar conversacion. "Encantados de verle..." Y seguia
adelante.
Al pasar junto a Robledo le saludo con la cabeza, haciendo asomar a su
rostro la sonrisa de bondad protectora habitual en el; pero esta
sonrisa se desvanecio inmediatamente.
Los dos hombres habian cruzado sus miradas, y Fontenoy vio de pronto
en los ojos del otro algo que le hizo retirar el antifaz de su
sonrisa. Parecia que hubiese encontrado en las pupilas del espanol un
reflejo de su propio interior.
Tuvo el presentimiento Robledo de que se acordaria siempre de esta
mirada rapida. Apenas se conocian los dos, y sin embargo hubo en los
ojos de este hombre una expresion de abandono fraternal, como si le
librase toda su alma durante un segundo.
Vio al poco rato como Elena se dirigia tambien disimuladamente hacia
el gabinete, y sintio una curiosidad vergonzosa. El no tenia derecho a
entrometerse en los asuntos de estas dos personas. Pero al mismo
tiempo, le era imposible desinteresarse de
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