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atson y puso su caballo al galope. Entro Ricardo en la Presa por un descampado que sus habitantes consideraban como la calle principal; aunque en esta poblacion reciente, todas las vias resultaban principales a causa de su enorme amplitud. El gobierno previsor de Buenos Aires no toleraba que los pueblos surgidos en el desierto tuviesen calles de menos de veinte metros de anchura. iQuien podia adivinar si serian algun dia grandes ciudades!... Y mientras llegaba esto, las viviendas bajas y de un solo piso permanecian separadas de las de enfrente por un espacio enorme que barrian en linea recta los huracanes glaciales o entoldaban con su niebla las columnas de polvo. Unas veces el sol hacia arder el suelo, levantando ante el paso del transeunte nubes rumorosas de moscas; otras, los charcos de las rarisimas lluvias obligaban a los habitantes a marchar con agua hasta la rodilla para ver al vecino de enfrente. Segun avanzaba Watson entre las dos filas de viviendas, fue encontrando a los principales personajes del pueblo. Primeramente vio al senor de Canterac, un frances, antiguo capitan de artilleria, que, segun afirmaban muchos que se decian amigos suyos, se habia visto obligado a marcharse de su patria a consecuencia de ciertos asuntos de indole privada. Ahora servia como ingeniero al gobierno argentino, en obras remotas y penosas de las que huian sus colegas hijos del pais. Era un hombre de cuarenta anos, enjuto de cuerpo, con el pelo y el bigote algo canosos, pero conservando un aspecto juvenil. Tenia al andar cierto aire marcial, como si aun vistiese uniforme, y se preocupaba de la elegancia de su indumento, a pesar de que vivia en el desierto. Habia entrado a caballo por la llamada calle principal, vistiendo un elegante traje de jinete y cubierta la cabeza con un casco blanco. Al ver a Watson echo pie a tierra para caminar junto a el, sosteniendo a su caballo de las riendas, al mismo tiempo que examinaba unos dibujos del americano. --?Y Robledo, cuando vuelve?--pregunto. --Creo que llegara de un momento a otro. Tal vez ha desembarcado hoy en Buenos Aires. Vienen con el unos amigos. El frances siguio examinando los planos del joven, sin dejar de andar, hasta que llegaron frente a la pequena casa de madera que le servia de alojamiento. Alli entrego las riendas con una brusquedad de cuartel a su criado mestizo, y antes de meterse en su vivienda dijo a Ricardo: --Creo que solo nos faltan seis meses para
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