as en aquel
pais naufragos de todas las catastrofes, que han llegado lo mismo que
los que se salvan nadando, hasta poner el pie en una isla
bienaventurada. Todas las diferencias de nacionalidad, de casta y de
nacimiento desaparecen. Alla solo hay hombres. La tierra donde yo vivo
es... la tierra de todos.
Como Torrebianca permanecia impasible, creyo oportuno recordarle otra
vez su situacion.
--Aqui te aguardan la deshonra y la carcel, o lo que es peor, la
estupida solucion de matarte. Alla, conoceras de nuevo la esperanza,
que es lo mas precioso de nuestra existencia... ?Vienes?
El marques salio de su estupefaccion, iniciando el esperado movimiento
afirmativo; pero Robledo le contuvo con un ademan para que esperase, y
anadio energicamente:
--Ya sabes mis condiciones. Alla hay que ir como a la guerra: con
pocos bagajes; y una mujer es el mas pesado de los estorbos en
expediciones de este genero... Tu esposa no va a morir de pena porque
tu la dejes en Europa. Os escribireis como novios; una ausencia larga
reanima el amor. Ademas, puedes enviarla dinero para el sostenimiento
de su vida. De todos modos, haras por ella mucho mas que si te matas o
te dejas llevar a la carcel... ?Quieres venir?
Quedo pensativo Torrebianca largo rato. Despues se levanto e hizo una
sena a Robledo para que esperase, saliendo de la biblioteca.
No permanecio mucho tiempo solo el espanol. Le parecio oir muy lejos,
como apagadas por las colgaduras y los tabiques, voces que casi eran
gritos. Luego sonaron pasos mas proximos, se levanto violentamente un
cortinaje y entro Elena en la biblioteca seguida de su esposo.
Era una Elena transformada tambien por los acontecimientos. Robledo
creyo que para ella las horas habian sido igualmente largas como anos.
Parecia mas vieja, pero no por eso dejaba de ser hermosa. Su belleza
ajada era mas sincera que la de los dias risuenos. Tenia el
melancolico atractivo de un ramo de flores que empiezan a marchitarse.
Habian transcurrido veinticuatro horas sin que pudiera ella dedicarse
a los cuidados de su cuerpo, y se hallaba ademas bajo la influencia de
incesantes emociones, unas dolorosas y otras irritantes para su amor
propio. Mas que en la suerte de su marido, pensaba en lo que estarian
diciendo a aquellas horas las numerosas amigas que tenia en Paris.
Arrojo violentamente a sus espaldas el cortinaje, y fue avanzando por
la biblioteca como una invasion arrolladora. Sus ojos parecieron
desafiar a Robl
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