mismo tiempo que ellos en la calle,
aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada de
sus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgrenada y dando alaridos de
desconsuelo. Sus hijos y su suegra, aunque sin gritar tanto como ella,
vertian tambien abundantes lagrimas.
Al oir este coro desgarrador, los tres marineros apretaron el paso, los
vecinos de la calle salieron a sus balcones, y yo me decidi a seguir a
mis conocidos hasta el desenlace de la escena, cuyo principio habia
presenciado. El dolor tiene su fascinacion como el placer, y las
lagrimas seducen lo mismo que las sonrisas.
Tome, pues, el sombrero y me largue al Muelle.
Una apinada multitud de gente de pueblo se revolvia, gritaba, lloraba e
invadia la ultima rampa, a cuyo extremo estaba atracada una lancha. En
esta lancha habia hasta una docena de hombres vestidos de igual manera
que el Tuerto; y tambien como el llevaba cada cual un pequeno lio de
ropa al brazo. De estos hombres, algunos lloraban sentados; otros
permanecian de pie, palidos; inmoviles, con el sello terrible que deja
un dolor profundo sobre un organismo fuerte y varonil; otros, fingiendo
tranquilidad, trataban de ocultar con una sonrisa violenta al llanto que
asomaba a sus ojos. Todos ellos se habian despedido ya de sus padres, de
sus mujeres, de sus hijos, que desde tierra les dirigian, entre
lagrimas, palabras de carino y desesperanza. Entretanto, algunos otros,
tan desdichados como ellos, se deshacian a duras penas de los lazos con
que el parentesco y la amistad querian conservarlos algunos momentos mas
en tierra. Por eso las palabras "padre", "madre", "hijo", "amigo", eran
las unicas que dominaban aquella triste armonia de suspiros y sollozos.
iTerrible debia ser la pena que hacia humedecerse aquellos ojos
acostumbrados a contemplar serenos la muerte todos los dias entre los
abismos del enfurecido mar!
Sin calmarse un momento la agitacion de la gente de tierra, los
marineros que aun quedaban en ella fueron poco a poco pasando a la
lancha: el ultimo entro el Tuerto, despues de haber dado un estrecho
abrazo a su padre y a su vecino, que le acompanaron hasta la orilla.
Nada quedaba de comun, sino el corazon, entre los embarcados y la gente
de tierra. El servicio de la patria era el arbitro de la vida y de la
libertad de los primeros, durante cuatro anos, a contar desde aquel
momento; y ante deber tan alto, tenian que romperse los lazos de la
familia y los de la amistad.
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