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darse de ello la menor cuenta. No reflexionaba ni estudiaba aquello que veia, porque los cuadros y las impresiones se sucedian con la rapidez del pensamiento. Pero a los quince dias de estancia en la casa de don Silvestre, comenzo a notar que no descansaba bastante en la, aunque mullida, incomoda cama que le habian puesto; que la bazofia le agriaba el estomago, y que, por falta de cielo raso en la alcoba, le escocian los ojos con el polvo que caia del desvan, cada vez que (y esto sucedia todas las noches), cada vez que las ratas armaban sus jaleos acostumbrados entre las panojas sobrantes de la anterior cosecha--Con este motivo la rancia morada de los Seturas abrio por primera vez sus puertas a la civilizacion, que entro en la mejor alcoba de la casa en forma de colchon de muelles, cama de hierro, techo de yeso y papeles de colores, traido todo de la ciudad y colocado a expensas del huesped de Madrid, y con no poca delectacion del mayorazgo, del ama y de todos los vecinos del lugar, que acudieron, por turno rigoroso, durante una semana, a contemplar las maravillas de la alcoba del madrileno, cuando este se largaba a hacer sus excursiones de costumbre. Estas eran siempre por el campo, donde cada dia buscaba un paisaje distinto y al antojo de su poetica fantasia. Y, preciso es confesarlo: las praderas y valles del lugar de don Silvestre, como toda la Montana, superaban en perspectiva a todos los cuadros que se imaginaba el senor de la corte: en esta parte era feliz el amigo de don Silvestre. Pero no lo era tanto cuando se acercaba a gustar practicamente las delicias que, desde el fondo de los alfombrados gabinetes de las populosas ciudades, descubren los poetas entre el follaje de los bosques y sobre el blando cesped de las campinas. Es decir, que si el madrileno, siempre con sus libros debajo del brazo y en busca de paisajes, encantado por el aspecto de un artistico murallon cubierto de verde y tupida hiedra, se recostaba contra el, sentado sobre cesped de un palmo de espesor, no bien se ponia a leer a cualquiera de los poetas, desde Gonzalo de Berceo hasta el ultimo bucolico de nuestros gacetilleros y romancistas, y exclamaba, por ejemplo con el primero: "Nunca trobe en sieglo lugar tan dileitoso", o con alguno de los modernos otra frase equivalente en menos rancio castellano, cuando llegaba el impertinente tabano, que le hacia girar como las aspas de un molino para defenderse de sus iras, o cantaba a
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