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aciones de costumbre por el mayorazgo, a quien contestaban unisonos todos los de la casa, se sentaban en el ancho balcon del mediodia. El canto incesante de las ranas, el aroma de la campina, el susurro elocuente y misterioso de la naturaleza, los relampagos fantasticos e incesantes que en el horizonte presagiaban, segun el ama de llaves, fuertes calores para el siguiente dia; de tiempo en tiempo el canto monotono del labrador que iba a dar agua a una pareja, cuyas sonoras campanillas le hacian el acompanamiento; el vuelo rapido del murcielago que cruza indeciso a cada instante por delante del balcon; los reganos del ama en la cocina, que entre el charrasqueo de la sarten se destacaban, con poco placer de los criados a quienes iban dirigidos, y tantos otros ecos y fenomenos que en las noches de verano se perciben en el campo, abstraian de tal modo al forastero, que no hubiera cambiado entonces el balcon de don Silvestre por el trono mas elevado del mundo. Y cuando por las mananas, al romper el dia, le robaban el sueno el cencerreo del ganado que salia al pasto, los silbidos de los criados, las seguidillas de las mozas que iban a la mies, el toque al alba, los ladridos del perro, el cacareo de las gallinas y los relinchos del caballo, lejos de incomodarse, bendecia en sus adentros el instante en que se le ocurrio trocar el agitado torbellino de pasiones de la corte por el obscuro rincon de la vivienda de los Seturas. Con la contemplacion de estos y otros cuadros a cual mas sencillo, su lectura favorita adquiria para el cada vez mayor encanto; y hasta las tiernas eglogas de Garcilaso le parecian la expresion mas fiel de la verdad, y todos los recuerdos de todos los patriarcas descritos hasta entonces le asaltaban las mientes, y veia los trasuntos de todos los cuadros pastoriles del siglo de oro, y hasta sentia el calorcillo de sus venerandos y rusticos hogares; y tal era el dominio que sobre el ejercian estas ideas, que, fingiendose extraviado, sorprendia a un vecino comiendo; entraba en la choza de otro cuando, sentado este al frente del grupo de su familia, rezaba el rosario antes de acostarse; pedia aqui candela, mas alla un guia, y por dondequiera aliviaba la miseria, complaciendose en dejar oculta una moneda de plata, ya en el regazo de un nino que jugueteaba arrastrandose a la puerta de su casa, ya sobre el poyo de la cocina. Y todo esto lo hacia el buen senor, excepto lo de las limosnas, en verdad sea dicho, sin
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