, a cualquiera cosa; pues por todos
estos escalones y otros mil identicos, hemos visto subir a otros muchos
hasta la altura en que habitaba oficialmente el amigote de don
Silvestre.
Tampoco detallare los efectos que en el mayorazgo causaron la bata persa
de su amigo y las tapicerias de la habitacion en que le recibio.
Conocido el tipo, es muy facil la deduccion de estas menudencias.
He aqui el discurso que le dirigio el de la bata, pasadas las primeras
formalidades del saludo y del abrazo:
"Amigo mio: estas en tu casa, elige la habitacion que mas te agrade y
establecete en ella con toda libertad. Yo almuerzo solo, a la una y como
a las ocho de la noche. Tendria mucho gusto en que me acompanaras a la
mesa; pero si estas horas no te acomodan, puedes escoger otras para ti.
Un carruaje estara siempre a tus ordenes, y mis criados lo son tuyos a
la vez. La indole de mis ocupaciones no me permite acompanarte a ver las
curiosidades de la corte; pero este caballero, que es mi secretario
particular (y senalo a un elegante joven que escribia a su lado, y que
saludo cortesmente), tendra mucho gusto en sustituirme, y estoy seguro
de que ganaras en el cambio. Ni la casa, ni el carruaje, ni toda la
obstentacion que te ofrezco, te asombren ni te acobarden; soy el mismo
Fulano de la villa..., el que te debe dos reales y medio y unos tirantes
de goma. Corre, pues, investiga y goza a tus anchas, que luego que te
canses hablaremos de tu pleito y de mis planes, y entonces te rogare que
me dispenses lo que pueda haber de egoismo en lo que ahora estas
contemplando como un fenomeno de carinoso agasajo, poco comun en la
historia de los hombres de mi talla."
Don Silvestre era llanote y sencillo; oyo estas palabras con los oidos
del corazon, y todas las proposiciones del personaje fueron aceptadas,
menos la de sentarse a la mesa a distintas horas que el, pues de esta
suerte hubiera creido ofender la generosidad y delicadeza de su amigo.
Quedo pues, instalado en la casa el mayorazgo, revolviendose en ella con
el mismo desembarazo que si en ella hubiese nacido. Los extremos se
tocan. La falta de aprension de don Silvestre le prestaba la
desenvoltura que a veces no dan las preocupaciones del _gran mundo_.
Su primera salida quiso hacerla a pie: habia ido a la corte para
enterarse de todo, y lo conseguiria mejor asi que encerrado en un
carruaje. Afeitose bien su barba de ocho dias; vistiose una camisa,
cuyos cuellos, aunque doblados por arri
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