e yeso otras nueve paralelas, hechas
una a una a cada colono que se subia al desvan.
Choco al forastero que el decimo, en lugar de seguir el camino de los
anteriores, cayese en un rincon de la bodega, que se habia aseado antes
con el mayor esmero; y preguntado a don Silvestre, supo que aquel
garrote de panojas, tal vez el mas repleto de todos y el de las mas
gordas, era el primero del _diezmo_ que pagaba a la Iglesia de Dios. Por
aquel tiempo andaba aun la cosa publica ... a la moda de entonces, y de
nada se extrano el forastero, sino del cuidado y escrupulosidad con que
don Silvestre cumplia el mandato numero cinco de los de la Iglesia. Y
aun hacia mas el mayorazgo: junto a la pila de panojas formada con los
colonos del diezmo, habia otras varias mas pequenas, hechas a costa de
las nueve partes que a el le quedaban libres; porque de cada colono que
subia al desvan, dejaba tres panojas para las animas del purgatorio; dos
para alumbrar a San Antonio, patrono del ganado; seis para San Roque,
abogado de la peste; seis para San Pedro, patrono del lugar, y otras
seis para los pobres del vecindario que careciesen de semilla en la
epoca de siembra. iY todavia don Silvestre daba gracias a Dios por lo
mucho que le quedaba!--"iDesganitaos, hombres de la ciencia, para
_ilustrar_ a la humanidad; afanaos en _perfeccionarla_ para hacerla mas
feliz a costa de lagrimas y sudores; pero estudiad a este hombre, y
tomad en cuenta la tranquilidad de su espiritu!"
Asi exclamaba, para sus adentros, el forastero al contemplar la fe y el
placer con que su amigo cumplia los preceptos que se le imponian, y las
muestras de la caridad que guardaba siempre en su sencillo corazon.
Ya comenzaba a gozar un poco el de Madrid entre los episodios de la
deshoja, y una prueba de ello es que permanecio observandolo todo,
sentado sobre un arcon viejo, hasta que muy avanzada la noche se
presentaron los criados de don Silvestre a la puerta de la bodega,
llevando con mucho pulso, entre los dos, una caldera llena de castanas,
e inmediatamente detras el ama de llaves con el jarro del vino, un vaso
para escanciarle y otro jarro mas pequeno para repartir las castanas. A
la vista de todos estos objetos la deshoja se alboroto, y a merced de la
efervescencia pudo un colindante untar a su placer con una mona la cara
del celoso y rechoncho moceton que habia gritado antes, de mentirillas.
El sorprendido y cerril amante, que entre las carcajadas de la gente no
veia ma
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