nte las que los malos no tienen poder alguno, ello es que, viendo
que no concluia nunca con su endiablada monserga, un mozo la dijo que
acabase y levantando en alto el cuchillo, se dispuso a herirla. La
vieja entonces, tan humilde, tan hipocritona, hasta aquel punto, se
puso de pie con un movimiento tan rapido como el de una culebra
enroscada a la que se pisa y despliega[1] sus anillos irguiendose
llena de colera.--iOh! no; ino quiero morir, no quiero morir! decia;
idejadme, u os mordero las manos con que me sujetais!... Pero aun no
habia pronunciado estas palabras, abalanzandose a sus perseguidores,
fuera de si, con las grenas sueltas, los ojos inyectados en sangre, y
la hedionda boca entreabierta y llena de espuma, cuando la oi arrojar
un alarido espantoso, llevarse por dos o tres veces las manos al
costado con grande precipitacion, mirarselas y volverselas a mirar
maquinalmente, y por ultimo, dando tres o cuatro pasos vacilantes como
si estuviese borracha, la vi caer al derrumbadero. Uno de los mozos a
quien la bruja hechizo una hermana, la mas hermosa, la mas buena del
lugar, la habia herido de muerte en el momento en que sintio que le
clavaba en el brazo sus dientes negros y puntiagudos. ?Pero cree usted
que acabo ahi la cosa? Nada menos que eso: la vieja de Lucifer tenia
siete vidas como los gatos.[2] Cayo por un derrumbadero donde
cualquiera otro a quien se le resbalase un pie no pararia hasta lo mas
hondo, y ella, sin embargo, tal vez porque el diablo le quito el golpe
o porque los harapos de las sayas la enredaron en los zarzales, quedo
suspendida de uno de los picos que erizan la cortadura, barajandose y
retorciendose alli como un reptil colgado por la cola, iDios, como
blasfemaba! iQue imprecaciones tan horribles salian de su boca! Se
estremecian las carnes y se ponian de punta los cabellos solo de
oirla.... Los mozos seguian desde lo alto todas sus grotescas
evoluciones, esperando el instante en que se desgarraria el ultimo
jiron de la saya a que estaba sujeta, y rodaria dando tumbos, de pico
en pico, hasta el fondo del barranco; pero ella con el ansia de la
muerte y sin cesar de proferir, ora horribles blasfemias, ora palabras
santas mezcladas de maldiciones, se enroscaba en derredor de los
matorrales; sus dedos largos, huesosos y sangrientos, se agarraban
como tenazas a las hendiduras de las rocas, de modo que ayudandose de
las rodillas, de los dientes, de los pies y de las manos, quizas
hubiese conseguido
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