aron de sus manos, el cabello se les erizo, y
por sus cuerpos, que estremecia un temblor involuntario, y por sus
frentes palidas y descompuestas, comenzo a correr un sudor frio como
el de la muerte.
La luz, por tercera vez apagada, por tercera vez volvio a resucitar, y
las tinieblas se disiparon.
--iAh! exclamo Lope al ver a su contrario entonces, y en otros dias su
mejor amigo, asombrado como el, y como el palido e inmovil; Dios no
quiere permitir este combate, porque es una lucha fratricida; porque
un combate entre nosotros ofende al cielo, ante el cual nos hemos
jurado cien veces una amistad eterna. Y esto diciendo se arrojo en los
brazos de Alonso, que le estrecho entre los suyos con una fuerza y una
efusion indecibles.
III
Pasados algunos minutos, durante los cuales ambos jovenes se dieron
toda clase de muestras de amistad y carino, Alonso tomo la palabra, y
con acento conmovido aun por la escena que acabamos de referir,
exclamo, dirigiendose a su amigo:
--Lope, yo se que amas a dona Ines; ignoro si tanto como yo, pero la
amas. Puesto que un duelo entre nosotros es imposible, resolvamonos a
encomendar nuestra suerte en sus manos. Vamos en su busca; que ella
decida con libre albedrio cual ha de ser el dichoso, cual el infeliz.
Su decision sera respetada por ambos, y el que no merezca sus favores
manana saldra con el rey de Toledo, e ira a buscar el consuelo del
olvido en la agitacion de la guerra.
--Pues tu lo quieres, sea; contesto Lope.
Y el uno apoyado en el brazo del otro, los dos amigos se dirigieron
hacia la catedral,[1] en cuya plaza,[2] y en un palacio del que ya no
quedan ni aun los restos, habitaba dona Ines de Tordesillas.
[Footnote 1: la catedral. See p. 55, note 1.]
[Footnote 2: plaza. There is a small square in front of the
cathedral, called to-day the _Plaza de_ (or _del_) _Ayuntamiento_.]
Estaba a punto de rayar el alba, y como algunos de los deudos de dona
Ines, sus hermanos entre ellos, marchaban al otro dia con el ejercito
real, no era imposible que en las primeras horas de la manana pudiesen
penetrar en su palacio.
Animados con esta esperanza, llegaron, en fin, al pie de la gotica
torre[1] del templo; mas al llegar a aquel punto, un ruido particular
llamo su atencion, y deteniendose en uno de los angulos, ocultos entre
las sombras de los altos machones que flanquean los muros, vieron, no
sin grande asombro, abrirse el balcon del palacio de su dama, aparecer
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