o y hacia ver los objetos como a traves de una gasa
azul.
Las corzas habian desaparecido.
En su lugar, lleno de estupor y casi de miedo, vio Garces un grupo de
bellisimas mujeres, de las cuales, unas entraban en el agua
jugueteando, mientras las otras acababan de despojarse de las ligeras
tunicas que aun ocultaban a la codiciosa vista el tesoro de sus
formas.
En esos ligeros y cortados suenos de la manana, ricos en imagenes
risuenas y voluptuosas, suenos diafanos y celestes como la luz que
entonces comienza a transparentarse a traves de las blancas cortinas
del lecho, no ha habido nunca imaginacion de veinte anos que
bosquejase con los colores de la fantasia una escena semejante a la
que se ofrecia en aquel punto a los ojos del atonito Garces.
Despojadas ya de sus tunicas y sus velos de mil colores, que
destacaban sobre el fondo, suspendidas de los arboles o arrojadas con
descuido sobre la alfombra del cesped, las muchachas discurrian a su
placer por el soto, formando grupos pintorescos, y entraban y salian
en el agua, haciendola saltar en chispas luminosas sobre las flores de
la margen como una menuda lluvia de rocio.
Aqui una de ellas, blanca como el vellon de un cordero, sacaba su
cabeza rubia entre las verdes y flotantes hojas de una planta
acuatica, de la cual parecia una flor a medio abrir, cuyo flexible
tallo mas bien se adivinaba que se veia temblar debajo de los
infinites circulos de luz de las ondas.
Otra alla, con el cabello suelto sobre los hombros meciase suspendida
de la rama de un sauce sobre la corriente de un rio, y sus pequenos
pies, color de rosa, hacian una raya de plata al pasar rozando la
tersa superficie. En tanto que estas permanecian recostadas aun al
borde del agua con los azules ojos adormidos, aspirando con
voluptuosidad el perfume de las flores y estremeciendose ligeramente
al contacto de la fresca brisa, aquellas danzaban en vertiginosa
ronda, entrelazando caprichosamente sus manos, dejando caer atras la
cabeza con delicioso abandono, e hiriendo el suelo con el pie en
alternada cadencia.
Era imposible seguirlas en sus agiles movimientos, imposible abarcar
con una mirada los infinitos detalles del cuadro que formaban, unas
corriendo, jugando y persiguiendose con alegres risas por entre el
laberinto de los arboles; otras surcando el agua como un cisne, y
rompiendo la corriente con el levantado seno; otras, en fin,
sumergiendose en el fondo, donde permanecian largo rato para v
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