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antasmagorias del diablo, exclamo entonces el montero; pero por fortuna esta vez ha andado un poco torpe dejandome entre las manos la mejor presa. Y en efecto, era asi: la corza blanca, deseando escapar por el soto, se habia lanzado entre el laberinto de sus arboles, y enredandose en una red de madreselvas, pugnaba en vano por desasirse. Garces le encaro la ballesta; pero en el mismo punto en que iba a herirla, la corza se volvio hacia el montero, y con voz clara y aguda detuvo su accion con un grito, diciendole:--Garces ?que haces?--El joven vacilo, y despues de un instante de duda, dejo caer al suelo el arma, espantado a la sola idea de haber podido herir a su amante. Una sonora y estridente carcajada vino a sacarle al fin de su estupor; la corza blanca habia aprovechado aquellos cortos instantes para acabarse de desenredar y huir ligera como un relampago, riendose de la burla hecha al montero. --iAh! condenado engendro de Satanas, dijo este con voz espantosa, recogiendo la ballesta con una rapidez indecible: pronto has cantado la victoria, pronto te has creido fuera de mi alcance; y esto diciendo, dejo volar la saeta, que partio silbando y fue a perderse en la obscuridad del soto, en el fondo del cual sono al mismo tiempo un grito, al que siguieron despues unos gemidos sofocados. --iDios mio! exclamo Garces al percibir aquellos lamentos angustiosos. iDios mio, si sera verdad! Y fuera de si, como loco, sin darse cuenta apenas de lo que le pasaba, corrio en la direccion en que habia disparado la saeta, que era la misma en que sonaban los gemidos. Llego al fin; pero al llegar, sus cabellos se erizaron de horror, las palabras se anudaron en su garganta, y tuvo que agarrarse al tronco de un arbol para no caer a tierra. Constanza, herida por su mano, expiraba alli a su vista, revolcandose en su propia sangre, entre las agudas zarzas del monte. LA AJORCA DEL ORO I Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vertigo; hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que sonamos en los angeles, y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabolica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra. El la amaba: la amaba con ese amor que no conoce freno ni limites; la amaba con ese amor en que se busca un goce y solo se encuentran martirios; amor que se asemeja a la felicidad, y que, no obstante, parece infundir el cielo para la expiacion
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