! grito Inigo entonces; estaba de Dios
que habia de marcharse.
Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles
dejaron refunfunando la pista a la voz de los cazadores.
En aquel momento se reunia a la comitiva el heroe de la fiesta,
Fernando de Argensola,[1] el primogenito de Almenar.
[Footnote 1: Argensola. A name familiar to students of Spanish
literature from the writings of the illustrious brothers Bartolome
and Lupercio Leonardo de Argensola (sixteenth century). It is also
the name of a small town of some 560 inhabitants in the province of
Barcelona.]
--?Que haces? exclamo dirigiendose a su montero, y en tanto, ya se
pintaba el asombro en sus facciones, ya ardia la colera en sus ojos.
?Que haces, imbecil? iVes que la pieza esta herida, que es la primera
que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que
vaya a morir en el fondo del bosque! ?Crees acaso que he venido a
matar ciervos para festines de lobos?
--Senor, murmuro, Inigo entre dientes, es imposible pasar de este
punto.
--iImposible! ?y por que?
--Porque esa trocha, prosiguio el montero, conduce a la fuente de los
Alamos; la fuente de los Alamos, en cuyas aguas habita un espiritu del
mal. El que osa enturbiar su corriente, paga caro su atrevimiento. Ya
la res habra salvado sus margenes; ?como la salvareis vos sin atraer
sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos
reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se
refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida.
--iPieza perdida! Primero perdere yo el senorio de mis padres, y
primero perdere el anima en manos de Satanas, que permitir que se me
escape ese ciervo, el unico que ha herido mi venablo, la primicia de
mis excursiones de cazador.... ?Lo ves?... ?lo ves?... Aun se
distingue a intervalos desde aqui ... las piernas le faltan, su
carrera se acorta; dejame... dejame... suelta esa brida, o te revuelco
en el polvo.... ?Quien sabe si no le dare lugar para que llegue a la
fuente? y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores.
iSus! i_Relampago_! sus, caballo mio! si lo alcanzas, mando engarzar
los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.
Caballo y jinete partieron como un huracan.
Inigo los siguio con la vista hasta que se perdieron en la maleza;
despues volvio los ojos en derredor suyo; todos, como el, permanecian
inmoviles y consternados.
El montero exclamo al fin:
--Senores,
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