es, deteniendose como a
escuchar otras, jugueteando entre si, ya escondiendose entre la
espesura, ya saliendo nuevamente a la senda, bajaban del monte con
direccion al remanso del rio.
Delante de sus companeras, mas agil, mas linda, mas juguetona y alegre
que todas, saltando, corriendo, parandose y tornando a correr, de modo
que parecia no tocar el suelo con los pies, iba la corza blanca, cuyo
extrano color destacaba como una fantastica luz sobre el obscuro fondo
de los arboles.
Aunque el joven se sentia dispuesto a ver en cuanto le rodeaba algo de
sobrenatural y maravilloso, la verdad del caso era, que prescindiendo
de la momentanea alucinacion que turbo un instante sus sentidos
fingiendole musicas, rumores y palabras, ni en la forma de las corzas
ni en sus movimientos, ni en los cortos bramidos con que parecian
llamarse, habia nada con que no debiese estar ya muy familiarizado un
cazador practico en esta clase de expediciones nocturnas.
A medida que desechaba la primera impresion, Garces comenzo a
comprenderlo asi, y riendose interiormente de su incredulidad y su
miedo, desde aquel instante solo se ocupo en averiguar, teniendo en
cuenta la direccion que seguian, el punto donde se hallaban las
corzas.
Hecho el calculo, cogio la ballesta entre los dientes, y arrastrandose
como una culebra por detras de los lentiscos, fue a situarse obra de
unos cuarenta pasos mas lejos del lugar en que antes se encontraba.
Una vez acomodado en su nuevo escondite, espero el tiempo suficiente
para que las corzas estuvieran ya dentro del rio, a fin de hacer el
tiro mas seguro. Apenas empezo a escucharse ese ruido particular que
produce el agua que se bate a golpes o se agita con violencia, Garces
comenzo a levantarse poquito a poco y con las mayores precauciones,
apoyandose en la tierra primero sobre la punta de los dedos, y despues
con una de las rodillas.
Ya de pie, y cerciorandose a tientas de que el arma estaba preparada,
dio un paso hacia adelante, alargo el cuello por cima de los arbustos
para dominar el remanso, y tendio la ballesta; pero en el mismo punto
en que, a par de la ballesta, tendio la vista buscando el objeto que
habia de herir, se escapo de sus labios un imperceptible e
involuntario grito de asombro.
La luna que habia ido remontandose con lentitud por el ancho
horizonte, estaba inmovil y como suspendida en la mitad del cielo. Su
dulce claridad inundaba el soto, abrillantaba la intranquila
superficie del ri
|