nque no tanto que no abriese los ojos en el mismo punto en que crei
percibir que las ramas se movian a mi alrededor. Abri los ojos segun
dejo dicho: me incorpore con sumo cuidado, y poniendo atencion a
aquel confuso murmullo que cada vez sonaba mas proximo, oi en las
rafagas del aire, como gritos y cantares extranos, carcajadas y tres o
cuatro voces distintas que hablaban entre si con un ruido y una
algarabia semejante al de las muchachas del lugar, cuando riendo y
bromeando por el camino, vuelven en bandadas de la fuente con sus
cantaros a la cabeza.
Segun colegia de la proximidad de las voces y del cercano chasquido de
las ramas que crujian al romperse para dar paso a aquella turba de
locuelas, iban a salir de la espesura a un pequeno rellano que formaba
el monte en el sitio donde yo estaba oculto, cuando enteramente a mis
espaldas, tan cerca o mas que me encuentro de vosotros, oi una nueva
voz fresca, delgada y vibrante, que dijo ... creedlo, senores, esto es
tan seguro como que me he de morir ... dijo ... claro y distintamente
estas propias palabras:
_iPor aqui, por aqui, companeras,
que esta ahi el bruto de Esteban!_
Al llegar a este punto de la relacion del zagal, los circunstantes no
pudieron ya contener por mas tiempo la risa, que hacia largo rato les
retozaba en los ojos, y dando rienda a su buen humor, prorrumpieron en
una carcajada estrepitosa. De los primeros en comenzar a reir y de los
ultimos en dejarlo, fueron don Dionis, que a pesar de su fingida
circunspeccion no pudo por menos de tomar parte en el general
regocijo, y su hija Constanza, la cual cada vez que miraba a Esteban
todo suspenso y confuso, tornaba a reirse como una loca hasta el punto
de saltarle las lagrimas a los ojos.
El zagal, por su parte, aunque sin atender al efecto que su narracion
habia producido, parecia todo turbado e inquieto; y mientras los
senores reian a sabor de sus inocentadas, el tornaba la vista a un
lado y a otro con visibles muestras de temor y como queriendo
descubrir algo a traves de los cruzados troncos de los arboles.
--?Que es eso, Esteban, que te sucede? le pregunto uno de los monteros
notando la creciente inquietud del pobre mozo, que ya fijaba sus
espantadas pupilas en la hija risuena de don Dionis, ya las volvia a
su alrededor con una expresion asombrada y estupida.
--Me sucede una cosa muy extrana, exclamo Esteban. Cuando despues de
escuchar las palabras que dejo referidas, me incorpore con pronti
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