tud
para sorprender a la persona que las habia pronunciado, una corza
blanca como la nieve salio de entre las mismas matas en donde yo
estaba oculto, y dando unos saltos enormes por cima de los carrascales
y los lentiscos, se alejo seguida de una tropa de corzas de su color
natural, y asi estas como la blanca que las iba guiando, no arrojaban
bramidos al huir, sino que se reian con unas carcajadas, cuyo eco
juraria que aun me esta sonando en los oidos en este momento.
--iBah!... ibah!... Esteban, exclamo don Dionis con aire burlon, sigue
los consejos del preste de Tarazona; no hables de tus encuentros con
los corzos amigos de burlas, no sea que haga el diablo que al fin
pierdas el poco juicio que tienes; y pues ya estas provisto de los
Evangelios y sabes las oraciones de San Bartolome, vuelvete a tus
corderos, que comienzan a desbandarse por la canada. Si los espiritus
malignos tornan a incomodarte, ya sabes el remedio: _Pater
Noster_[1] y garrotazo.
[Footnote 1: Pater Noster. The first words of the Lord's Prayer in
Latin.]
El zagal, despues de guardarse en el zurron un medio pan blanco y un
trozo de came de jabali, y en el estomago un valiente trago de vino
que le dio por orden de su senor uno de los palafreneros, despidiose
de don Dionis y su hija, y apenas anduvo cuatro pasos, comenzo a
voltear la honda para reunir a pedradas los corderos.
Como a esta sazon notase don Dionis que entre unas y otras las horas
del calor eran ya pasadas y el vientecillo de la tarde comenzaba a
mover las hojas de los chopos y a refrescar los campos, dio orden a su
comitiva para que aderezasen las caballerias que andaban paciendo
sueltas por el inmediato soto; y cuando todo estuvo a punto, hizo sena
a los unos para que soltasen las traillas, y a los otros para que
tocasen las trompas, y saliendo en tropel de la chopera, prosiguio
adelante la interrumpida caza.
II
Entre los monteros de don Dionis habla uno llamado Garces, hijo de un
antiguo servidor de la familia, y por tanto el mas querido de sus
senores.
Garces tenia poco mas o menos la edad de Constanza, y desde muy nino
habiase acostumbrado a prevenir el menor de sus deseos, y a adivinar y
satisfacer el mas leve de sus antojos.
Por su mano se entretenia en afilar en los ratos de ocio las agudas
saetas de su ballesta de marfil; el domaba los potros que habia de
montar su senora; el ejercitaba en los ardides de la caza a sus
lebreles favorites y amaestraba a sus
|