con asombro y mirandole de hito en
hito.
--Si, dijo el joven; es una cosa extrana lo que me sucede, muy
extrana.... Crei poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya
posible; rebosa en mi corazon y asoma a mi semblante. Voy, pues, a
revelartelo.... Tu me ayudaras a desvanecer el misterio que envuelve a
esa criatura, que al parecer solo para mi existe, pues nadie la
conoce, ni la ha visto, ni puede darme razon de ella.
El montero, sin despegar los labios, arrastro su banquillo hasta
colocarlo junto al escano de su senor, del que no apartaba un punto
los espantados ojos. Este, despues de coordinar sus ideas, prosiguio
asi:
--Desde el dia en que a pesar de tus funestas predicciones llegue a la
fuente de los Alamos, y atravesando sus aguas recobre el ciervo que
vuestra supersticion hubiera dejado huir, se lleno mi alma del deseo
de la soledad.
Tu no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el seno
de una pena, y cae resbalandose gota a gota por entre las verdes y
flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna.
Aquellas gotas que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan
como las notas de un instrumento, se reunen entre los cespedes, y
susurrando, susurrando con un ruido semejante al de las abejas que
zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y
forman un cauce, y luchan con los obstaculos que se oponen a su
camino, y se repliegan sobre si mismas, y saltan, y huyen, y corren,
unas veces con risa, otras con suspires, hasta caer en un lago. En el
lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres,
cantares, yo no se lo que he oido en aquel rumor cuando me he sentado
solo y febril sobre el penasco, a cuyos pies saltan las aguas de la
fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmovil
superficie apenas riza el viento de la tarde.
Todo es alli grande. La soledad con sus mil rumores desconocidos, vive
en aquellos lugares y embriaga el espiritu en su inefable melancolia.
En las plateadas hojas de los alamos, en los huecos de las penas, en
las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espiritus de
la naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espiritu del
hombre.
Cuando al despuntar la manana me veias tomar la ballesta y dirigirme
al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la
caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas
... no se que, iuna locura!
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