que
asistian de continuo a formar el sequito de presuntos galanes de dona
Ines de Tordesillas, que tal era el nombre de esta celebrada
hermosura, a pesar de su caracter altivo y desdenoso, no desmayaban
jamas en sus pretensiones; y este, animado con una sonrisa que habia
creido adivinar en sus labios; aquel, con una mirada benevola que
juzgaba haber sorprendido en sus ojos; el otro, con una palabra
lisonjera, un ligerisimo favor o una promesa remota, cada cual
esperaba en silencio ser el preferido. Sin embargo, entre todos ellos
habia dos que mas particularmente se distinguian por su asiduidad y
rendimiento, dos que al parecer, si no los predilectos de la hermosa,
podrian calificarse de los mas adelantados en el camino de su corazon.
Estos dos caballeros, iguales en cuna, valor y nobles prendas,
servidores de un mismo rey y pretendientes de una misma dama,
llamabanse Alonso de Carrillo el uno, y el otro Lope de Sandoval.
Ambos habian nacido en Toledo; juntos habian hecho sus primeras armas,
y en un mismo dia, al encontrarse sus ojos con los de dona Ines, se
sintieron poseidos de un secreto y ardiente amor por ella, amor que
germino algun tiempo retraido y silencioso, pero que al cabo comenzaba
a descubrirse y a dar involuntarias senales de existencia en sus
acciones y discursos.
En los torneos del Zocodover,[1] en los juegos florales de la corte,
siempre que se les habia presentado coyuntura para rivalizar entre si
en gallardia o donaire, la habian aprovechado con afan ambos
caballeros, ansiosos de distinguirse a los ojos de su dama; y aquella
noche, impelidos sin duda por un mismo afan, trocando los hierros por
las plumas y las mallas por los brocados y la seda, de pie junto al
sitial donde ella se reclino un instante despues de haber dado una
vuelta por los salones, comenzaron una elegante lucha de frases
enamoradas e ingeniosas, o epigramas embozados y agudos.
[Footnote 1: El Zocodover. A small, quaint, three-cornered plaza,
with two sides straight and the third curved, surrounded by
buildings with rough arcades shading the shops on the ground floor.
It used to be the scene of tournaments and bull-fights, as well as
being the market-place, as it is to-day. "The life of the city then
(after the Christian conquest), as now, spread from the Zocodover,
word of inexplicable charm, said to be Arabian and to signify 'Place
of the Beasts.' Down the picturesque archway, cut in deep yellow
upon such a
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