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escuela, y ... ivalgame Dios, que cisco han revuelto aquellos motilones! En cuanto el maestro subio al otro piso, el centenar de chiquillos comenzo a rebullirse, primero con cautela por si el pedagogo les jugaba, como de costumbre, alguna emboscada, y despues con un estrepito y una confusion tales, que el vigilante nombrado por el maestro, y con omnimodas atribuciones, por cierto, viendo su autoridad atropellada, hubiera acudido en queja "al senor maestro" si se hubiera atrevido a penetrar en el _sancta sanctorum_ de las casas consistoriales. Pero a falta de este recurso, apelo a un zurriago que para los grandes lances estaba colgado en la pared, detras de la mesa, y se fue con el encima del primer grupo de amotinados que jugaban a la pelota y habian derribado ya con ella el tintero magistral. Entre aquellos angelitos no se sabe lo que es broma; y prueba de ello, que si tremendos fueron los zurriagazos que el vigilante sacudio en las nalgas de sus insubordinados condiscipulos, no fueron mas flojas las _guantadas_ que estos le atizaron en las mismisimas narices. Pero como el abofeteado tenia amigos en la escuela, al ver la _bandera encarnada_, echaronse sobre los agresores y se armo la gorda. Eso explica, lector, ese cuadro, verdadero campo de Agramante, que has visto al asomar al gran salon; por eso gimen unos, brincan otros, vocean todos, y se cruzan por el aire libros, plumas, almadrenas y tinteros. Conque, aprovechando el momento de paz que nuestra presencia impone entre los combatientes, salgamos a la calle antes que baje el maestro y tengamos que presenciar una verdadera carniceria; porque en cuanto el vea lo que esta pasando en la escuela, siguiendo la costumbre de otras veces, no deja cara donde no senale sus dedos, ni nalgas sin cruzar, a telon corrido, con el inexorable zurriago, ni orejas sin estirar medio palmo, ni manos que no recorra zumbando su palmeta, untada exprofeso con ajo crudo. iIra de Dios, la que se va a armar! Vamonos, pues, a ver lo que sucede en casa de don Silvestre Seturas. No bien llegaron a ella los dos amigos, cuando el de Madrid, arrojando sobre una silla su sombrero, y dejandose caer sentado en la inmediata, dijo, entre desalentado y furibundo: --iNo puedo mas, amigo mio! Esta reciente escena acabo con mi paciencia y con la ultima de mis pueriles ilusiones. Desde manana empezare a ocuparme en los preparativos de mi vuelta a la corte. --iComo!--exclamo apesadumbrado don Silvestr
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