onreia de vez en cuando al
galante muchacho.
Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cochero y aun
carruaje: sobre el hombro, la cabeza, latigo, guardabarros, las
serpentinas llovian sin cesar. Tanto fue, que las dos personas
sentadas atras se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron
atentamente al derrochador.
--?Quienes son?--pregunto Nebel en voz baja.
--El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es la
madre de tu chica... Es cunada del doctor.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la senora se sonrieran
francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nebel se creyo en el
deber de saludarlos, a lo que respondio el terceto con jovial
condescencia.
Este fue el principio de un idilio que duro tres meses, y al que Nebel
aporto cuanto de adoracion cabia en su apasionada adolescencia.
Mientras continuo el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas
increibles, Nebel tendio incesantemente su brazo hacia adelante, tan
bien, que el puno de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano.
Al dia siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se
reanudaba de noche con batalla de flores, Nebel agoto en un cuarto de
hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la senora se reian,
volviendose a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nebel.
Este echo una mirada de desesperacion a sus canastas vacias; mas sobre
el almohadon del surrey quedaban aun uno, un pobre ramo de
siemprevivas y jazmines del pais. Nebel salto con el por sobre la
rueda del surrey, dislocose casi un tobillo, y corriendo a la
victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos,
tendio el ramo a la joven. Ella busco atolondradamente otro, pero no
lo tenia. Sus acompanantes se rian.
--iPero loca!--le dijo la madre, senalandole el pecho--iahi tienes
uno!
El carruaje arrancaba al trote. Nebel, que habia descendido del
estribo, afligido, corrio y alcanzo el ramo que la joven le tendia,
con el cuerpo casi fuera del coche.
Nebel habia llegado tres dias atras de Buenos Aires, donde concluia su
bachillerato. Habia permanecido alla siete anos, de modo que su
conocimiento de la sociedad actual de Concordia era minimo. Debia
quedar aun quince dias en su ciudad natal, disfrutados en pleno
sosiego de alma, si no de cuerpo; y he ahi que desde el segundo dia
perdia toda su serenidad. Pero en cambio ique encanto!
--iQue encanto!--se repetia pensando en aquel rayo de luz, flor y
ca
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