ruido, sino se alejan al paso, doblando las
patas. Al llegar al pasto se agazapan, y esperan asi, tranquilamente,
media o una hora, para avanzar de nuevo.
De aqui la ansiedad de mama, pues siendo nuestra casa una de las
tantas merodeadas, estabamos desde luego amenazados por la visita de
los perros rabiosos, que recordarian el camino nocturno.
En efecto, esa misma tarde, mientras mama, un poco olvidada, iba
caminando despacio hacia la portera, oi su grito:
--Federico! iUn perro rabioso!
Un perro barcino, con el lomo arqueado, avanzaba al trote en ciega
linea recta. Al verme llegar se detuvo, erizando el lomo. Retrocedi,
sin volver el cuerpo, para descolgar la escopeta, pero el animal se
fue. Recorri inutilmente el camino, sin volverlo a hallar.
Pasaron dos dias. El campo continuaba desolado de lluvia y tristeza,
mientras el numero de perros rabiosos aumentaba. Como no se podia
exponer a los chicos a un terrible tropiezo en los caminos infestados,
la escuela se cerro, y la carretera, ya sin trafico, privada de este
modo de la bulla escolar que animaba su desamparo, a las siete y a las
doce, adquirio lugubre silencio.
Mama no se atrevia a dar un paso fuera del patio. Al menor ladrido
miraba sobresaltada hacia la portera, y apenas anochecia, veia avanzar
por entre el pasto ojos fosforescentes. Concluida la cena se encerraba
en su cuarto, el oido atento al mas hipotetico aullido.
Hasta que la tercera noche me desperte, muy tarde ya: tenia la
impresion de haber oido un grito, pero no podia precisar la sensacion.
Espere un rato. Y de pronto un aullido corto, metalico, de atroz
sufrimiento, temblo bajo el corredor.
--iFederico!--oi la voz traspasada de emocion de mama--?sentiste?
--Si--respondi, deslizandome de la cama. Pero ella oyo el ruido.
--iPor Dios, es un perro rabioso! iFederico, no salgas, por Dios!
iJuana! iDile a tu marido que no salga!--clamo desesperada,
dirigiendose a mi mujer.
Otro aullido exploto, esta vez en el corredor central, delante de la
puerta. Una finisima lluvia de escalofrios me bano la medula hasta la
cintura. No creo que haya nada mas profundamente lugubre que un
aullido de perro rabioso a esa hora. Subia tras el la voz
desesperada de mama.
--iFederico! iVa a entrar en tu cuarto! iNo salgas, mi Dios, no
salgas! iJuana! iDile a tu marido!...
--iFederico!--se cogio mi mujer a mi brazo.
Pero la situacion podia tornarse muy critica si esperaba a que el
animal entrara, y
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