che de la madre.
Sume usted: 18, 24, 9. En 51 horas, poco mas de dos dias, nuestra casa
quedo perfectamente silenciosa, pues no habia nada que hacer. Mi mujer
estaba en su cuarto, y yo me paseaba al lado. Fuera de eso nada, ni un
ruido. Y dos dias antes teniamos tres hijos...
Bueno. Mi mujer paso cuatro dias aranando la sabana, con un ataque
cerebral, y yo acudi a la morfina.
--Deje eso--me dijo el medico,--no es para usted.
--?Que, entonces?--le respondi. Y senale el funebre lujo de mi casa
que continuaba encendiendo lentamente catastrofes, como rubies.
El hombre se compadecio.
--Prueba sulfonal, cualquier cosa... Pero sus nervios no daran.
Sulfonal, brional, estramonio...ibah! iAh, la cocaina! Cuanto de
infinito va de la dicha desparramada en cenizas al pie de cada cama
vacia, al radiante rescate de esa misma felicidad quemada, cabe en una
sola gota de cocaina! Asombro de haber sufrido un dolor inmenso,
momentos antes; subita y llana confianza en la vida, ahora;
instantaneo rebrote de ilusiones que acercan el porvenir a diez
centimetros del alma abierta, todo esto se precipita en las venas por
entre la aguja de platino. iY su cloroformo!... Mi mujer murio.
Durante dos anos gaste en cocaina muchisimo mas de lo que usted puede
imaginarse. ?Sabe usted algo de tolerancias? Cinco centigramos de
morfina acaban fatalmente con un individuo robusto. Quincey llego a
tomar durante quince anos dos gramos por dia; vale decir, cuarenta
veces mas que la dosis mortal.
Pero eso se paga. En mi, la verdad de las cosas lugubres, contenida,
emborrachada dia tras dia, comenzo a vengarse, y ya no tuve mas
nervios retorcidos que echar por delante a las horribles alucinaciones
que me asediaban. Hice entonces esfuerzos inauditos para arrojar fuera
el demonio, sin resultado. Por tres veces resisti un mes a la cocaina,
un mes entero. Y caia otra vez. Y usted no sabe, pero sabra un dia,
que sufrimiento, que angustia, que sudor de agonia se siente cuando se
pretende suprimir un solo dia la droga!
Al fin, envenenado hasta lo mas intimo de mi ser, prenado de torturas
y fantasmas, convertido en un tembloroso despojo humano; sin sangre,
sin vida--miseria a que la cocaina prestaba diez veces por dia
radiante disfraz, para hundirme en seguida en un estupor cada vez mas
hondo, al fin un resto de dignidad me lanzo a un sanatorio, me
entregue atado de pies y manos para la curacion.
Alli, bajo el imperio de una voluntad ajena, vigilado
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