s cuatro idiotas, con los hombros
pegados uno a otro, mirando estupefactos la operacion. Rojo... rojo...
--iSenora! Los ninos estan aqui, en la cocina.
Berta llego; no queria que jamas pisaran alli. iY ni aun en esas horas
de pleno perdon, olvido y felicidad reconquistada, podia evitarse esa
horrible vision! Porque, naturalmente, cuanto mas intensos eran los
raptos de amor a su marido e hija, mas irritable era su humor con los
monstruos.
--iQue salgan, Maria! iEchelos! iEchelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a
dar a su banco.
Despues de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires,
y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron,
pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija
escapose en seguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habian movido en todo el dia de su banco.
El sol habia transpuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos
continuaban mirando los ladrillos, mas inertes que nunca.
De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana,
cansada de cinco horas paternales, queria observar por su cuenta.
Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Queria trepar,
eso no ofrecia duda. Al fin decidiose por una silla desfondada, pero
faltaba aun. Recurrio entonces a un cajon de kerosene, y su instinto
topografico hizole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfo.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron como su hermana
lograba pacientemente dominar el equilibrio, y como en puntas de pie
apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos
tirantes. Vieronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para
alzarse mas.
Pero la mirada de los idiotas se habia animado; una misma luz
insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su
hermana, mientras creciente sensacion de gula bestial iba cambiando
cada linea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La
pequena, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a
horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintiose cogida de
la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le
dieron miedo.
--iSoltame! idejame!--grito sacudiendo la pierna. Pero fue atraida.
--iMama! iAy, mama! iMama, papa!--lloro imperiosamente. Trato aun de
sujetarse del borde, pero sintiose arrancada y cayo.
--Mama, iay! Ma...--No pudo gritar mas. Uno de ellos le apreto
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