mates al levantarse, de noche aun, que
se sucedian sin desprender la mano de la pava; la exploracion en
descubierta de madera; el desayuno a las ocho, harina, charque y
grasa; el hacha luego, a busto descubierto, cuyo sudor arrastraba
tabanos, barigueis y mosquitos; despues el almuerzo, esta vez porotos y
maiz flotando en la inevitable grasa, para concluir de noche, tras
nueva lucha con las piezas de 8 por 30, con el yopara del mediodia.
Fuera de algun incidente con sus colegas labradores, que invadian su
jurisdiccion; del hastio de los dias de lluvia que lo relegaban en
cuclillas frente a la pava, la tarea proseguia hasta el sabado de
tarde. Lavaba entonces su ropa, y el domingo iba al almacen a
proveerse.
Era este el real momento de solaz de los mensu, olvidandolo todo entre
los anatemas de la lengua natal, sobrellevando con fatalismo indigena
la suba siempre creciente de la provista, que alcanzaba entonces a
cinco pesos por machete, y ochenta centavos por kilo de galleta. El
mismo fatalismo que aceptaba esto con un iana! y una riente mirada a
los demas companeros, le dictaba, en elemental desagravio, el deber de
huir del obraje en cuanto pudiera. Y si esta ambicion no estaba en
todos los pechos, todos los peones comprendian esa mordedura de
contra-justicia, que iba, en caso de llegar, a clavar los dientes en
la entrana misma del patron. Este, por su parte, llevaba la lucha a su
extremo final, vigilando dia y noche a su gente, y en especial a los
mensualeros.
Ocupabanse entonces los mensu en la planchada, tumbando piezas entre
inacabable griteria, que subia de punto cuando las mulas, impotentes
para contener la alzaprima, que bajaba a todo escape, rodaban unas
sobre otras dando tumbos, vigas, animales, carretas, todo bien
mezclado. Raramente se lastimaban las mulas; pero la algazara era
la misma.
Caye, entre risa y risa, meditaba siempre su fuga. Harto ya de
revirados y yoparas, que el pregusto de la huida tornaba mas
indigestos, deteniase aun por falta de revolver, y ciertamente, ante
el winchester del capataz. iPero si tuviera un 44!...
La fortuna llegole esta vez en forma bastante desviada.
La companera de Caye, que desprovista ya de su lujoso atavio lavaba la
ropa a los peones, cambio un dia de domicilio. Caye espero dos noches,
y a la tercera fue a casa de su reemplazante, donde propino una
soberbia paliza a la muchacha. Los dos mensu quedaron solos charlando,
resultas de lo cual convinieron en vivi
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