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do de una olla, y--alguna vez--de la miel recogida y guardada en un trozo de tacuara. Adquirio la prudencia necesaria para apartarse del camino cuando un pasajero avanzaba, siguiendolo con los ojos, aguachado entre el pasto. Y a fines de enero, de la mirada encendida, las orejas firmes sobre los ojos, y el rabo alto y provocador del fox-terrier, no quedaba sino un esqueletillo sarnoso, de orejas echadas atras y rabo hundido y traicionero, que trotaba furtivamente por los caminos. La sequia continuaba; el monte quedo poco a poco desierto, pues los animales se concentraban en los hilos de agua que habian sido grandes arroyos. Los tres perros forzaban la distancia que los separaba del abrevadero de las bestias, con exito mediano, pues siendo este muy frecuentado a su vez por los yaguaretei, la caza menor tornabase desconfiada. Fragoso, preocupado con la ruina del rozado y disgustos con el propietario de su tierra, no tenia humor para cazar, ni aun por hambre. Y la situacion amenazaba asi tornarse muy critica, cuando una circunstancia fortuita trajo un poco de aliento a la lamentable jauria. Fragoso debio ir a San Ignacio, y los cuatro perros, que fueron con el, sintieron en sus narices dilatadas una impresion de frescura vegetal--vaguisima, si se quiere,--pero que acusaba un poco de vida en aquel infierno de calor y seca. En efecto, la region habia sido menos azotada, resultas de lo cual algunos maizales, aunque miserables, se sostenian en pie. No comieron ese dia; pero al regresar jadeando detras del caballo, los perros no olvidaron aquella sensacion de frescura, y a la noche siguiente salian juntos en mudo trote hacia San Ignacio. En la orilla del Yabebiri se detuvieron oliendo el agua y levantando el hocico tremulo a la otra costa. La luna salia entonces, con su amarillenta luz de menguante. Los perros avanzaron cautelosamente sobre el rio a flor de piedra, saltando aqui, nadando alla, en un paso que en agua normal no da fondo a tres metros. Sin sacudirse casi, reanudaron el trote silencioso y tenaz hacia el maizal mas cercano. Alli el fox-terrier vio como sus companeros quebraban los tallos con los dientes, devorando en secos mordiscos que entraban hasta el marlo, las espigas en choclo. Hizo lo mismo; y durante una hora, en el rozado negro de arboles quemados, que la funebre luz del menguante volvia mas espectral, los perros se movieron de aqui para alla entre las canas, grunendose mutuamente. Volvieron tres
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