al. Y aun asi...
La resonancia peculiar del bosque trajoles, lejana, una voz ronca:
--iA la cabeza! iA los dos!
Y un momento despues surgian de un recodo de la picada, el capataz y
tres peones corriendo. La caceria comenzaba.
Caye amartillo su revolver sin dejar de avanzar.
--iEntregate, ana!--gritoles el capataz.
--Entremos en el monte--dijo Podeley.--Yo no tengo fuerza para mi
machete.
--iVolve o te tiro!--llego otra voz.
--Cuando esten mas cerca...--comenzo Caye.--Una bala de winchester
paso silbando por la picada.
--iEntra!--grito Caye a su companero.--Y parapetandose tras un arbol,
descargo hacia alla los cinco tiros de su revolver.
Una griteria aguda respondioles, mientras otra bala de winchester
hacia saltar la corteza del arbol.
--iEntregate o te voy a dejar la cabeza...!
--iAnda no mas!--insto Caye a Podeley.--Yo voy a...
Y tras nueva descarga, entro en el monte.
Los perseguidores, detenidos un momento por las explosiones,
lanzaronse rabiosos adelante, fusilando, golpe tras golpe de
winchester, el derrotero probable de los fugitivos.
A 100 metros de la picada, y paralelos a ella, Caye y Podeley se
alejaban, doblados hasta el suelo para evitar las lianas. Los
perseguidores lo presumian; pero como dentro del monte, el que ataca
tiene cien probabilidades contra una de ser detenido por una bala en
mitad de la frente, el capataz se contentaba con salvas de winchester
y aullidos desafiantes. Por lo demas, los tiros errados hoy habian
hecho lindo blanco la noche del jueves...
El peligro habia pasado. Los fugitivos se sentaron, rendidos. Podeley
se envolvio en el poncho, y recostado en la espalda de su companero,
sufrio con dos terribles horas de chucho, el contragolpe de
aquel esfuerzo.
Prosiguieron la fuga, siempre a la vista de la picada, y cuando la
noche llego, por fin, acamparon. Caye habia llevado chipas, y Podeley
encendio fuego, no obstante los mil inconvenientes en un pais donde,
fuera de los pavones, hay otros seres que tienen debilidad por la luz,
sin contar los hombres.
El sol estaba muy alto ya, cuando a la manana siguiente encontraron al
riacho, primera y ultima esperanza de los escapados. Caye corto doce
tacuaras sin mas prolija eleccion, y Podeley, cuyas ultimas fuerzas
fueron dedicadas a cortar los isipos, tuvo apenas tiempo de hacerlo
antes de enroscarse a tiritar.
Caye, pues, construyo solo la jangada--diez tacuaras atadas
longitudinalmente con lianas, ll
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