ante o desdenosa, y
oye toser. Por eso Lazaro hubiera deseado en algunos momentos de aquella
noche ser sordo y ciego. Pero el orador tiene sobre el publico una
ventaja; tiene un arma, ademas de la palabra: el gesto. El tambien
fascina, el tambien lleva en sus ojos aquel vertigo que confunde y
anonada; el generalmente mira hacia abajo para ver al publico; puede
mover sus brazos y su cabeza cuando el publico esta como atado de pies y
manos, inmovil y viviendo solo de atencion.
Aquella noche fatal, Lazaro y el publico no se fascinaron mutuamente, no
se impusieron el uno al otro, no se comunicaron. Ni Lazaro persuadio al
publico, ni este aplaudio al orador. Un publico no persuadido y un
orador no aplaudido se rechazan, se repelen con energia. "Es preciso
que calles," hay que decir a este. "Es preciso que te marches," hay que
decir a aquel.
El joven aragones habia tenido la peor de las tentaciones: la tentacion
de ser largo y difuso. Un segundo mas de lo regular basta a concluir la
paciencia de un auditorio y a trocar su interes en hastio. Lazaro vio
pasar este segundo sin notarlo. Indudablemente no se comprendieron el
uno al otro. ?Se despreciaron mutuamente? ?Se temieron mutuamente? Tal
vez empezaron por temerse; pero es lo cierto que acabaron por
despreciarse.
Lo singular es que si se hubiera preguntado a cualquiera particularmente
su opinion sobre el discurso, habria dado tal vez una opinion no
desfavorable; pero la opinion de un publico no es la suma de las
opiniones de los individuos que lo forman, no; en la opinion colectiva
de aquel hay algo fatal, algo no comprendido en las leyes del sentido
humano. Decididamente, Lazaro fracasaba.
Veinte veces se le ocurrio que era preciso concluir. ?Pero como? No se
atrevia. Iba a concluir mal. iQue horror! Y para terminar mal, valia mas
no terminar, seguir hablando, siempre, siempre, siempre. Buscaba el
final y no podia encontrarlo. iY el final es tan importante! Podia
rehabilitarse en un momento de inspiracion. iOh! la idea de concluir
sin un aplauso le daba horror. Por eso temia el final y lo evitaba.
Pero era preciso acabar: a las toses siguieron los bostezos, a los
cuchicheos los murmullos. Buscaba sin cesar el remate; daba vueltas
alrededor del asunto, procurando una salida airosa; pero no encontraba
escapatoria; la palabra se deslizaba de su boca, y afluia continua, sin
solucion, infinita.
"Es preciso concluir," decia la voz interior. "?Concluir? No hallo el
fin
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