pilas una expresion feroz y su boca hizo una mueca de
desprecio.
Tambien el marido, al quedar solo, perdio la efimera alegria que le
habian proporcionado las caricias de Elena. Miro las cartas de los
acreedores y la de su madre, volviendo luego a ocupar su sillon para
acodarse en la mesa con la frente en una mano. Todas las inquietudes
de la vida presente parecian haber vuelto a caer sobre el de golpe,
abrumandolo.
Siempre, en momentos iguales, buscaba Torrebianca los recuerdos de su
primera juventud, como si esto pudiera servirle de remedio. La mejor
epoca de su vida habia sido a los veinte anos, cuando era estudiante
en la Escuela de Ingenieros de Lieja. Deseoso de renovar con el propio
trabajo el decaido esplendor de su familia, habia querido estudiar una
carrera "moderna" para lanzarse por el mundo y ganar dinero, como lo
habian hecho sus remotos antepasados. Los Torrebianca, antes de que
los reyes los ennobleciesen dandoles el titulo de marques, habian sido
mercaderes de Florencia, lo mismo que los Medicis, yendo a las
factorias de Oriente a conquistar su fortuna. El quiso ser ingeniero,
como todos los jovenes de su generacion que deseaban una Italia
engrandecida por la industria, asi como en otros siglos habia sido
gloriosa por el arte.
Al recordar su vida de estudiante en Lieja, lo primero que resurgia en
su memoria era la imagen de Manuel Robledo, camarada de estudios y de
alojamiento, un espanol de caracter jovial y energia tranquila para
afrontar los problemas de la existencia diaria. Habia sido para el
durante varios anos como un hermano mayor. Tal vez por esto, en los
momentos dificiles, Torrebianca se acordaba siempre de su amigo.
iIntrepido y simpatico Robledo!... Las pasiones amorosas no le hacian
perder su placida serenidad de hombre equilibrado. Sus dos aficiones
predominantes en el periodo de la juventud habian sido la buena mesa y
la guitarra.
De voluntad facil para el enamoramiento, Torrebianca andaba siempre en
relaciones con una liejesa, y Robledo, por acompanarle, se prestaba a
fingirse enamorado de alguna amiga de la muchacha. En realidad,
durante sus partidas de campo con mujeres, el espanol se preocupaba
mas de los preparativos culinarios que de satisfacer el
sentimentalismo mas o menos fragil de la companera que le habia
deparado la casualidad.
Torrebianca habia llegado a ver a traves de esta alegria ruidosa y
materialista cierto romanticismo que Robledo pretendia ocultar como
a
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