la
naturaleza; pero no por eso previlegiada de la envidia.
A estos hiperboles[556] iba dando carrete (verdades pocas veces
ejecutadas de su lengua), cuando, al revolver otra calle, pocas veces
paseada a tales horas de nadie, oyeron grandes carcajadas de risa[557] y
aplausos de regocijo en una casa baja, edificio humilde que se indiciaba
de jardin por unas pequenas verjas de una reja algo alta del suelo, que
malparia algunos relampagos de luces, escasamente conocidos de los que
pasaban. Y preguntole al Cojuelo don Cleofas que casa era aquella donde
habia tanto regocijo a aquellas horas. El Diablillo le respondio:
--Este se llama el garito de los pobres; que aqui se juntan ellos y
ellas, despues de haber pedido todo el dia, a entretenerse y a jugar, y
a nombrar los puestos donde han de mendigar esotro dia, porque no se
encuentren unas limosnas con otras. Entremos dentro y nos entretendremos
un rato; que, sin ser vistos ni oidos, haciendonos invisibles con mi
buena mana, hemos de registrar este conclave de San Lazaro.
Y con estas palabras, tomando a don Cleofas por la mano, se entraron por
un balconcillo que a la mano derecha tenia la mendiga habitacion, porque
en la puerta tenian puesto portero porque no entrasen mas de los que
ellos quisiesen y los que fuesen senalados de la mano de Dios[558]; y
bajando por un caracolillo a una sala baja, algo espaciosa, cuyas
ventanas salian a un jardinillo de ortigas y malvas, como de gente que
habia nacido[559] en ellas, la hallaron ocupada con mucha orden de los
pobres que habian venido, comenzando a jugar al rento y limetas[560] de
vino de Alanis y Cazalla[561], que en aquel lugar nunca lo hay
razonable, y algunos mirones, sentados tambien, y en pie. La mesa sobre
que se jugaba era de pino, con tres pies y otro supuesto, que podia
pedir limosna como ellos, un candelero de barro con una antorcha de
brea, y los naipes con dos dedos de moho hacia cecina[562], de puro
manejados de aquellos principes, y el barato que se sacaba se iba
poniendo sobre el candelero. Y a estotra parte estaba el estrado de las
senoras, sobre una estera de esparto, de retorno del ivierno pasado; tan
remendados todos y todas, que parece que les habian cortado de vestir de
jaspes de los muladares. Y entrando don Cleofas y su companero y
diciendo una pobra, fue todo uno. "Ya viene el Diablo Cojuelo", alterose
don Cleofas y dijo a su camarada:
--Juro a Dios que nos han conocido.
--No te sobresaltes--respo
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