el comprador se sienta
en el suelo, saca un pesado bulto del bolsillo interior de su chaqueta,
y comienza a desliarle capa a capa, como si fuera una cebolla. Asi van
saliendo, sucesivamente, un panuelo de percal aplomado, un viejo panal
de una camisa y una bula, dentro de la cual aparecen, como nucleo de
todo el envoltorio, un monton de napoleones y algunas monedas de oro
cuidadosamente guardadas entre los amarillentos repliegues de una hoja
de un catecismo.
Con grandisimas dificultades cuenta los veintisiete doblones y medio, o
sean 1.650 reales, y se los entrega al vendedor, quien, en el acto, y
con no menores amarguras, los cuenta tambien; y envueltos en la bula, y
la bula en la muselina de la mujer de Anton Perales, desaparecen en los
profundos abismos de la faltriquera que debajo del refajo lleva esta[4].
El que fue por el vino vuelve con un enorme jarro lleno de el en una
mano, y con una taza de barro blanca en la otra. Desatanse, a su vista,
mas y mas las lenguas del corrillo; sonriense todas las fisonomias, y el
rustico Ganimedes, apoyandose en la _yugata_ de la pareja, comienza a
escanciar el vino con gran pulso y mucha solemnidad.
El tio Juan, para quien es la primera taza, levantandola en alto,
brinda:
--Por la salud de los presentes, que se disfrute muchos anos la pareja,
y que en el cielo nos veamos.
--Amen--contesta a coro la reunion.
La taza sigue pasando luego de mano en mano y de boca en boca, hasta que
se agotan las dos azumbres de rioja.
Pero Anton Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otros
ocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores,
con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de los
bebedores y con peor pulso de la del escanciador.
Entretanto la tarde va acabandose, y el ganado y la gente que llenaban
la feria se retiran poco a poco.
Ya no se oyen las tarranuelas, ni los panderos, ni un solo grito en el
corro de bolos. Los taberneros recogen sus baterias, y embridan sus
jamelgos los curas, los jandalos y los senores de aldea; y perdiendose,
por grados, desde el lugar de la feria, por la campina adelante en todas
direcciones, se oye el sonido de las campanillas del ganado que se
aleja. Nuestros conocidos, detras de los novillos, llevan, como quien
dice, la llave de la feria, cierran la marcha ... y bien lo necesitan.
Tal andan todos ellos, que no les basta entero el ancho del camino para
no darse de calabazadas unos con
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