a la costurera, seria quitar a Santander uno de los rasgos mas
caracteristicos de su fisonomia. Tan notorio, tan visible es entre su
poblacion este _ramo_, que el sexo debil de ella puede, hechas las
exclusiones de rigor, dividirse por partes iguales en mujeres-costureras
y mujeres que no lo son. Pero hablar de las costumbres de las primeras
tiene tres perendengues para un hombre que, como yo, no las conoce bien,
porque equivocarse en el menor de los detalles tendria tres bemoles. En
plata, lector: la costurera me infunde cierto respetillo, y no quiero
echar sobre mi conciencia el compromiso de hacer su retrato.
Y supuesto que el estilo es el hombre, y por ende, la mujer, enterate
del dialogo anterior, que es historico; ve lo que de el puedes sacar en
limpio, y alla te las arregles despues, si Teresilla se cree agraviada
(en lo que no seria justa) con tus deducciones. Por mi parte, estoy a
cubierto de sus iras con decirle, en un lance apurado:
--_Tu es auctor_.
LA NOCHE DE NAVIDAD
I
Esta apagando el sol el ultimo de sus resplandores, y corre un _gris_ de
todos los demonios. A la desnuda campina parece que se la ve tiritar de
frio; las chimeneas de la barriada lanzan a borbotones el humo que se
lleva rapido el helado norte, dejando en cambio algunos copos de nieve.
Pia sobresaltada la miruella, guareciendose en el desnudo bardal, o cita
carinosa a su pareja desde la copa de un manzano; oyese, triste y
monotono, de vez en cuando, el _ituba!, ituba!_ del labrador que llama
su ganado; tal cual sonido de almadrenas sobre los morrillos de una
calleja...; y paren ustedes de escuchar, porque ningun otro ruido indica
que vive aquella mustia y palida naturaleza.
En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lobrego
paisaje, y sobre una pila de junco seco, estan dos chicuelos tumbados
panza abajo y mirandose cara a cara, apoyadas estas en las respectivas
manos de cada uno.
Han pasado la tarde retozando sobre el mullido lugar en que descansan
ahora, y por eso, aunque mal vestidos, les basta para vencer el frio que
apenas sienten, soplarse las unas de vez en cuando.
De los dos muchachos, el uno es de la casa y el otro de la inmediata.
De repente exclama el primero, en la misma postura y dandose con los
talones desnudos en las asentaderas:
--Yo voy a comer _torrejas_ ... ianda!
--Y yo tamien--contesta el otro con identica mimica.
--Pero las mias tendran miel.
--Y las mias azucara, que
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