oy al decir, que.... iHijo mio de mi alma!...; yo no se ya lo que
digo ni lo que he de hacer porque lo pase mas a gusto.
Las lagrimas ahogan a la pobre mujer, y el dolor perturba su razon.
El capitan, respetandole en todo lo que vale, promete a la afligida
madre un sitio en primera camara para su hijo en cuanto se hagan a la
mar y trata de consolarla con carinosas aunque breves palabras.
Esta misma tactica ha seguido siempre con todas las madres de los
pasajeros que han ido a su cuidado, porque es de advertir que todas
ellas han solicitado para sus hijos lo mismo que la tia Nisca para
Andres. Convengamos en que, en la imposibilidad de complacerlas, es muy
recomendable esta manera de enganarlas a todas.
Tia Nisca vuelve mas animada adonde esta su hijo, a quien refiere entre
bendiciones, la buena acogida que le dispenso el capitan. Despues,
abrazandole estrechamente, le recomienda de nuevo mucha devocion al
escapulario bendito de la Virgen del Carmen que lleva sobre su pecho;
que sea bueno y sumiso; que huya de las malas companias; que piense
siempre en su pobre choza y en su patria..., en fin, cuanto es de
necesidad que recomiende una madre carinosa a un hijo querido en el
instante supremo de una larga o tal vez eterna separacion.
Pero el sonido metalico y vibrante del molinete se oye: comienzan a
levar anclas, y es preciso separarse.
La desdichada madre siente que hasta la voz le falta para decir el
ultimo "adios". Andres comprende por primera vez lo que es perder de
vista su hogar y su patria, y lanzarse nino y solo a los desiertos del
mundo, y tambien por primera vez llora, y acaso se arrepiente de su
empresa; tio Nardo mira hacia el Muelle y procura no hablar para que no
se vean las lagrimas que al cabo vierte, ni descubra su voz la pena que
hay en su pecho; y deseando abreviar aquella escena por afligir menos a
su hijo, estrechale en silencio entre sus brazos, coge por otro
bruscamente a su mujer y desciende con ella al bote, imponiendose la
dura penitencia de no mirar a la fragata hasta que llegue al Muelle.
Cuando en el desembarcan, tia Nisca se deja caer en el umbral de la
primera puerta que hallan al paso. Con los codos sobre sus rodillas, la
cabeza entre las manos, los ojos fijos en la fragata y la cara inundada
en llanto, espera inmovil, como una estatua del dolor, a que el buque
desaparezca. Tio Nardo de pie a su lado, pero algo mas tranquilo,
respeta la situacion de su mujer y no se atreve a sep
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