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ian hasta que Andres supiera ganarlo. El producto de la unica vaca que tenia el tio Nardo, vendida de prisa y al desbarate, dio justamente para los gastos de equipo del futuro indiano y para el pequeno fondo de reserva que debia llevar consigo, fondo que se aumento con medio duro que el senor cura le regalo el mismo dia que le confeso; con seis reales del maestro que le dio ultimamente lecciones especiales de escritura y cuentas, y con la media onza de que tiene noticia el lector. Y no se arruino completamente la pobre familia para "echar de casa" a Andres, gracias al generoso anticipo del indiano; de otro modo, hubiera vendido gustosa hasta la cama y el hogar. Los ejemplos de esta especie abundan, desgraciadamente, en la Montana. El dia en que presentamos la escena a nuestros lectores era el ultimo que Andres debia pasar bajo el techo paterno: le habia destinado a despedidas, y ya tuvimos el gusto de ver el resultado que le dio la de don Damian; dia que, dicho sea _inter nos_, habia costado muchas lagrimas a la pobre madre, a escondidas de su familia, pues no podia resignarse con calma a ver aquel pedazo de sus entranas arrojado tan joven a merced de la suerte, y tan lejos de su proteccion. Pero las horas volaban, y era preciso decidirse. Cuando Andres acabo de leer la carta, su unico amparo al dejar su patria, y a vueltas de algunos halagueenos comentarios que se hicieron sobre aquella, la pobre mujer, a quien ahogaba el llanto, mando entrar en casa a su hijo para que su hermana le limpiara la ropa que llevaba puesta y se la guardara, mientras ella daba las ultimas puntadas a una camisa. Andres, entonando un aire del pais, obedecio, saltando de un brinco sobre el umbral de la puerta; pero su madre, al ver aquella expansiva jovialidad en momentos tan supremos, fijos en el sus turbios ojos mientras atravesaba el angosto pasadizo, abandono insensiblemente la aguja, y dos arroyos de lagrimas corrieron por sus tostadas mejillas. --iPobre hijo del alma!--murmuro con voz tremula y apagada. Tio Nardo, mas optimista, por no decir menos carinoso que su mujer, no comprendiendo aquel trance tan angustioso, hacia los mayores esfuerzos por atraerla a su terreno. --Yo no se, Nisca--le dijo cuando estuvieron solos,--que demonches de mosca te ha picao de un tiempo aca, que no haces mas que gimotear. Pues al muchacho no soy yo quien le echa de casa, que alla nos anduvimos al efeuto de embarcarle...; y por Dios que no lo a
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