y no
quiere otra cosa. Ademas, los que mandan en eso de las obras del rio
tienen unos anteojos muy largos que lo descubren todo de lejos...
Celinda se ruborizo, al mismo tiempo que intentaba protestar.
--iSi me parece muy bien!--siguio diciendo la mestiza--. Ese don
Ricardo es un buen mozo y excelente persona. Un gran marido para
usted, si es que don Carlos, con el geniazo que Dios le ha dado, no se
opone. Los gringos de America, cuando no beben, son buenazos. Yo tengo
una amiga que se caso con uno que es maquinista, y lo lleva de la
nariz adonde quiere. Conozco otra que...
Pero la amazona no sentia interes por tales historias, y la
interrumpio:
--Entonces, don Ricardo no vino anoche.
--Ni anoche ni las otras noches. Entoavia no ha aparecido por aqui.
La miro Sebastiana con malicia, al mismo tiempo que una sonrisa
bondadosa dilataba su rostro carrilludo y cobrizo.
--?Ya tiene celos, nina?... No se ponga colorada por eso. A todas nos
pasa lo mismo cuando queremos a un hombre. Lo primero que pensamos es
que alguna nos lo va a quitar... Pero aqui no hay motivo. Usted es una
perla, patroncita. Esa senorona tambien es hermosa, principalmente
cuando acaba de peinarse y se ha puesto en la cara tantas cosas que
huelen bien, traidas de la capital. Pero comparada con usted... ique
esperanza!... A mi nina casi la he visto yo nacer, y la marquesa no
debe acordarse ya de cuando vino al mundo.
Luego, pensando en si misma, creyo necesario anadir:
--A decir verdad, la marquesa no debe tener muchos anos... Pero ?quien
no resulta vieja al lado de usted, preciosura?... No todas podemos ser
un boton de rosa.
Callo un momento para mirar a un lado y a otro; y despues, bajando la
voz y empinandose sobre las puntas de los pies para estar mas cerca
del rostro de Celinda, dijo con la alegria de una comadre que puede
chismorrear libremente:
--Sepa, lindura, que muchos van detras de ella; pero ninguno es don
Ricardo. Al pobre gringo le basta con quererla a usted, ramito de
jazmin. Los otros andan como avestruces detras de la marquesa: el
capitan, el italiano, el empleado del gobierno que lleva los papeles;
itodos locos, y mirandose como perros!... Y el marido no ve nada; y
ella se rie de ellos y se divierte en hacerlos sufrir... Yo creo que
ningun hombre de los que vienen a la casa le gusta.
Celinda no parecia tranquilizarse con tales palabras. Antes bien,
protesto de ellas mentalmente, pensando: "Watson no puede ser
co
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