pudo descubrir que
era una mujer, aunque mas joven y esbelta que la profesora de ingles.
Los otros soldados tenian identico aspecto y tambien eran mujeres, lo
mismo que los tripulantes de las maquinas voladoras. Sus cabelleras
cortas y rizadas, como la de los pajes antiguos, estaban cubiertas con
un casquete de metal amarillo semejante al oro. No llevaban, como los
aviadores, una larga pluma en su vertice. El adorno de su capacete
consistia en dos alas del mismo metal, y hacia recordar el casco
mitologico de Mercurio.
Todos estos soldados eran de aventajada estatura y sueltos movimientos.
Se adivinaba en ellos una fuerza nerviosa, desarrollada por incesantes
ejercicios. Paro, a pesar de su gimnastica esbeltez de efebos vigorosos,
la blusa muy cenida al talle por el cinturon de la espada y los
pantalones estrechamente ajustados delataban las suaves curvas de su
sexo. Iban armados con lanzas, arcos y espadas, lo que hizo que
Gillespie se formase una triste idea de los progresos de este pais, que
tanto parecian enorgullecer a la profesora de ingles.
El cordon de peones y jinetes empujo a la muchedumbre hasta los linderos
del bosque, dejando completamente limpia la pradera. Entonces, la
doctora, desde lo alto de su carro-lechuza, volvio a valerse del
portavoz.
--Gentleman Montana, puede usted incorporarse.
El ingeniero se fue levantando sobre un codo, y este pequeno movimiento
derribo varias escalas portatiles que aun estaban apoyadas en su cuerpo
y habian servido para el registro efectuado horas antes. Tres enanos que
vagaban sobre su vientre, explorando por ultima vez los bolsillos de su
chaleco, cayeron de cabeza sobre la tupida hierba de la pradera y
trotaron a continuacion dando chillidos como ratones. Sin dejar de huir
se llevaban las manos a diferentes partes de sus cuerpos magullados,
mientras una carcajada general del publico circulaba por los lindes de
la selva.
Al fin Gillespie quedo sentado, teniendo como vecinos mas inmediatos a
la profesora y sus secretarios, que ocupaban el automovil-lechuza, y por
otro lado a los tripulantes de las cuatro maquinas aereas, las cuales se
movian dulcemente al extremo de sus hilos metalicos, flacidos y sin
tension.
En esta nueva postura Gillespie pudo ver mejor a la muchedumbre. Sus
ojos se habian acostumbrado a distinguir los sexos de esta humanidad de
dimensiones reducidas, completamente distinta a la del resto de la
tierra. Los soldados; los personajes universit
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