nistros, los altos funcionarios y un destacamento de la Guardia
gubernamental con largas lanzas.
Cuando los cinco del Consejo Ejecutivo y el Padre de los Maestros con
sus respectivos sequitos se instalaron en el estrado de honor, cesaron
de sonar las trompetas, los tambores y la musica, haciendose un largo
silencio. Iba a empezar el desfile de las cosas maravillosas que
formaban el equipaje del Hombre-Montana.
Un alto funcionario del Ministerio de Justicia, del cual dependian todos
los notarios de la nacion, avanzo con un portavoz en una mano y
ostentando en la otra un papel que contenia las explicaciones
facilitadas por el doctor Flimnap, despues de haber traducido los
rotulos de numerosos objetos pertenecientes al gigante. Estas
explicaciones arrancaron muchas veces largas carcajadas a la muchedumbre
pigmea, que sentia compasion por la ignorancia y la groseria del coloso.
En otros momentos, el enorme concurso quedaba en profundo silencio, como
si cada cual, ante las vacilaciones del inventario, buscase una solucion
para explicar la utilidad del objeto misterioso.
Lo que todos comprendieron, gracias a las explicaciones del profesor de
ingles, fue el contenido y el uso de unas torres brillantes como la
plata, que fueron pasando por el patio colocada cada una de ellas sobre
un vehiculo automovil. Estos torreones tenian cubierto todo un lado de
sus redondos flancos con un cartelon de papel, en el que habia trazados
signos misteriosos, casi del tamano de una persona.
La ciencia de Flimnap habia podido desentranar este misterio gracias a
la interpretacion de los rotulos. Eran latas de conservas. Pero aunque
el traductor no hubiese prestado sus servicios cientificos, el olfato
sutil de aquellos pigmeos habria descubierto el contenido de los enormes
cilindros, a pesar de que estaban hermeticamente cerrados. Para su
agudeza olfativa, el metal dejaba pasar olores casi irresistibles por lo
intensos. Todos aspiraban con fuerza el ambiente, desde los cinco jefes
del gobierno hasta los pajecillos porta-abanicos.
El paso de cada torreon deslumbrante era acogido con un grito general:
"iEsto es carne!..." Poco despues decian a coro: "iEsto es tomate!..."
Transcurridos unos minutos, afirmaban a gritos: "iAhora son guisantes!"
y todos se asombraban de que un ser en figura de persona, aunque fuese
un coloso, pudiera alimentarse con tales materias que esparcian un hedor
insufrible para ellos, casi igual al que denuncia la putrefa
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