les
sus planes en la plaza publica. Estos se van, y saliendo el _hombre del
pueblo primero_, le dice al _hombre del pueblo segundo_ que el pan esta
caro, y que los pobres se estan comiendo los codos de hambre, lo cual
exaspera al _hombre del pueblo tercero_, que jura por Neptuno y el hijo
de Maya que aquello no ha de quedar asi. Cada uno se va por donde ha
venido, y sale despues Cornelia, que se pregunta por que estara tan
agitado; triste Cayo; dice que rehuso las _viandas ricas de opulenta
mesa_, para irse a vagar silencioso y abstraido por la margen que bana
_del lento Tiber la corriente undosa_. Pero pronto viene a sacarla de
dudas el mismo Cayo en persona, que, alarmado por unas palabras que le
dijo el _tribuno tercero_ alla entre bastidores, viene a dar con su
madre y le manda que escuche y tiemble, con cuyo mandato Cornelia se
hace toda oidos y se pone a temblar como un azogado. Cayo le dice que los
dioses le ayudaran en su empresa, con lo cual la otra se tranquiliza y
se le quita el tembloreo. Tambien dice que antes de faltar a su
proposito se tragara el Averno a la tierra; bebera el ciervo _(de
capital ramaje)_ la mar salobre, y se criara la carpa en las crestas
del mas alto cerro de Trinacria. Despues de estos desahogos, cae el
telon, y cada uno se va por donde ha venido.
Pero ya cuando Cayo hacia estos juramentos, cerro los ojos el Doctrino,
poco preocupado de que el Averno se tragara a Italia, y comenzo a roncar
suavemente como un dios holgazan. El poeta no noto este incidente, y
entro en el acto segundo; pero al llegar al delicado punto en que
Cornelia le refiere a su confidente el sueno que ha tenido, empezo
Javier a hacer lo mismo, y se durmio tambien. Y alla, cuando el poeta se
internaba en los laberintos del acto tercero; cuando el senador Rufo
Pompilio se le sube a las barbas al senador Sexto Lucio Flaco (el cual,
sea dicho de paso, no miraba con malos ojos a la matrona Cornelia,
aunque era duena un poco madura); cuando todo esto pasaba, Lazaro, que
habia resistido por cortesia, no pudo mas, y acomodandose en la silla y
en el borde de la cama, dio algunas cabezadas, y se durmio tambien
olimpicamente, comenzando a sonar dormido, que era cuando menos sonaba.
El poeta concluyo el tercer acto, en que habia un motin; y antes de
empezar la lectura del cuarto, miro en torno suyo y vio aquella escena
de desolacion. "Dormidos. Oh dioses!" exclamo, penetrado aun del
espiritu clasico.
Pero era natural. ?Quie
|