os vigorosos cuyas
ramas llegaban a la altura de su cabeza. Fijandose en ellos, pudo ver
que tenian la forma de arboles altisimos, contrastando su aspecto con su
relativa pequenez.
Pero no creyo oportuno perder el tiempo en la contemplacion de este
fenomeno vegetal, y se limito a pasar la cuerda en derredor de tres de
los arboles enanos, dejando sujeto de este modo su bote para que no se
alejase de la costa. Despues siguio adelante por el promontorio,
metiendose tierra adentro.
La noche habia cerrado ya completamente, y Gillespie tuvo que desistir a
la media hora de continuar esta marcha sin rumbo determinado. No se veia
una luz ni el menor vestigio de habitacion humana. Tampoco llego a
descubrir la existencia de animales bajo la maleza, en la que se hundia
a veces hasta la cintura.
Quiso volver atras, convencido de la inutilidad de su exploracion.
Preferia pasar la noche en el bote, por ofrecerle mayores comodidades
para su sueno que esta tierra desconocida. Pero al poco tiempo de
marchar en varias direcciones se dio cuenta de que estaba completamente
desorientado. Aquel mar tranquilo como una laguna, sin rompientes y sin
olas, no podia guiarle con el ruido de sus aguas al chocar contra la
orilla.
Un silencio absoluto envolvio a Edwin. La profunda calma de la noche
solamente se turbaba con el crujido de los arbustos, que tenian forma de
arboles. Sus ramas, al partirse bajo sus pies, lanzaban chasquidos de
madera vigorosa.
Al salir a una llanura abierta en la selva enana, se sento en el suelo,
admirando la suavidad del cesped. Lo mismo era pasar alli la noche que
en la embarcacion. No hacia frio, y ademas el estaba abrumado por el
cansancio y por las tremendas emociones sufridas en el mar. Comio varias
galletas y un pedazo de chocolate encontrados en sus bolsillos y acabo
por tenderse, reconociendo que este lecho algo duro no le privaria del
sueno.
Iba a dormirse, cuando noto algo extraordinario en torno de el.
Adivinaba la proximidad invisible de pequenos animales de la noche,
atraidos sin duda por la novedad de su presencia. Bajo los matorrales
inmediatos sonaba un murmullo de vida comprimida y susurrante, igual a
un revoloteo de insectos o un arrastre de reptiles.
--Deben ser ratas--penso el ingeniero.
Al extender, desperezandose, uno de sus brazos, dio contra los
matorrales mas proximos, e inmediatamente sono bajo el ramaje un rumor
medroso de fuga.
Gillespie sonrio, satisfecho de no estar solo
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