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ueblo, ni la huerfana se reia con la franca expansion y natural sencillez de su caracter. Ambas estaban muy silenciosas: se miraban con ansiedad cuando algun ruido se sentia en la escalera; y al cerciorarse de que no era lo que aguardaban, caian la una en su abatimiento indiferente, la otra en su calmosa, melancolica y disimulada agitacion. Clara, a la madrugada, entro en el periodo de las conjeturas; forma con que el espiritu se da todos los tormentos imaginables. ?Que le habia pasado? ?Volcaria el coche? ?le habrian salido ladrones con aquellos tremendos trabucos que pintan en las estampas? ?Habria desistido del viaje? ?Tendria tal vez amores con alguna muchacha del pueblo? ?Le detendria alguna partida de realistas? Todo le ocurria menos lo cierto. En estos momentos facil es tranquilizarse teniendo un poco de serenidad; pero nadie la tiene, y una ceguera profunda sustituye a la normal lucidez del entendimiento. Basta razonar en calma y decir: "?No ha venido? Se habra detenido casualmente. Manana vendra." Pero en vez de hacer este logico razonamiento, lo que generalmente se piensa es esto: "?No ha venido? Pues se ha muerto: le mataron." Luego la noche contribuye a este tormento; la noche, que a todo da formas horribles, lo mismo a las cosas materiales que a las visiones internas. Clara, que no habia podido ni podia dormir, no cesaba de percibir informes, bultos, sangre, obscuridad, repentinamente opuesta a una gran luz que alumbra horrores. Da calentura esa situacion. Impaciencia febril se apodera de la sangre que se agita y circula, como si la rapidez de su marcha acelerase la llegada de lo que se espera. Esta contrariedad de nuestro deseo es mas terrible, porque es lenta, sin limites. Delante no se ve sino la eternidad. No vienen a la mente las modificaciones que puede traer el proximo dia. Aquella noche y aquella soledad parece que no han de tener fin. Las primeras luces del dia no hicieron, sin embargo, otra cosa que aumentar su tristeza. iAyer! iDesde ayer le habia estado esperando! Deseaba salir fuera y correr, preguntando a todos por el desventurado joven. Abrio el balcon, miro a la calle, creyendo que iba a verle pasar, y examino a todos los transeuntes. Entonces le llamo la atencion una persona que, fija en la esquina, la miraba con tenacidad. Segura de que no era el volvio la cara, y no se cuido mas de aquella persona. Cerro el balcon, porque sentia fatiga y mucha necesidad irresistible de dormir. Fue
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