ran cavidad, una enorme y misteriosa caverna.
Pasada esta parte, el Izarra se cortaba en un acantilado liso, pared
negra y pizarrosa, veteada de blanco y de rojo, en cuyas junturas y
rellanos nacian ramas y hierbas salvajes.
Aqui, el mar de mucho fondo era menos agitado que delante de los
arrecifes.
Cuando ya bajaba el camino, se veia la playa de las Animas, entre la
punta del Faro y otro promontorio lejano. Sobre el arenal de la playa se
levantaban dunas tapizadas de verde, y las casitas esparcidas de la
barriada de Izarte, echando humo.
Ya cerca de la punta del Faro abandonabamos el camino para meternos
entre las rocas. Habia por alli agujeros como chimeneas, que acababan en
el mar. En algunas de estas simas se sentia el viento, que movia las
florecillas de la entrada; en otras se oia claramente el estrepito de
las olas.
Saltabamos de pena en pena, y soliamos avanzar hasta los penascos mas
lejanos; pero cuando comenzaba a subir la marea teniamos que correr,
huyendo de las olas, y a veces descalzarnos y meternos en el agua.
En la marea baja, entre las rocas cubiertas de liquenes, solian verse
charcos tranquilos, olvidados al retirarse el mar. Muchas horas he
pasado yo mirando estos aguazales. iCon que interes!iCon que entusiasmo!
Bajo el agua transparente se veia la roca carcomida, llena de agujeros,
cubierta de lapas. En el fondo, entre los liquenes verdes y las
piedrecitas de colores, aparecian rojos erizos de mar cuyos tentaculos
blandos se contraian al tocarlos. En la superficie flotaba un trozo de
hierba marina, que al macerarse en el agua, quedaba como un ramito de
filamentos plateados, una pluma de gaviota o un trozo de corcho. Algun
pececillo plateado pasaba como una flecha, cruzando el pequeno oceano, y
de cuando en cuando el gran monstruo de este diminuto mar, el cangrejo,
salia de su rincon, andando traidoramente de lado, y su ojo enorme
inspeccionaba sus dominios buscando una presa.
Algunos de estos charcos tenian sus canales para comunicarse unos con
otros, sus ensenadas y sus golfos; viendolos, yo me figuraba que asi, en
gran tamano, serian los oceanos del mundo.
En los recodos de las penas donde se amontonaban las algas y se secaban
al sol, me gustaba tambien estar sentado; ese olor fuerte de mar me
turbaba un poco la cabeza, y me producia una impresion excitante como la
del aroma de un vino generoso.
Las horas se nos pasaban entre las rocas, en un vuelo; casi siempre yo
llegaba tar
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