ara hacer algun disparate.
Nos levantamos los dos. Entonces en Cadiz, y ahora probablemente pasara
lo mismo, habia la costumbre de andar de noche por unas cuantas calles,
los dias de fiesta sobre todo. Estas calles eran la calle Ancha, la de
Columela, la de Aranda, la de San Francisco, y no recuerdo si alguna
mas. Este paseo nocturno tenia algo de procesion.
El capitan de la _Vertrowen_ y yo nos echamos por aquellas calles; habia
por todas partes olor a aceite frito y humo de castanas asadas. En los
bancos de las plazas, gente sentada pacificamente descansaba; algunos
obreros, endomingados, pasaban en coche, tocando la guitarra y cantando.
Los chiquillos se reian de nosotros. Invitamos a algunas muchachas de
aire equivoco a tomar algo en los cafes y tabernas; pero al vernos
borrachos huian. Aburridos, cansados, dimos con nuestros cuerpos en una
tienda de montanes proxima a la Puerta del Mar. Aquella noche hice yo un
gasto de colera y de rabia inutil.
Al entrar en la taberna vi a un hombre moreno, mal encarado, que me
miraba de una manera aviesa. Debia de ser un maton. Me alegre; era el
momento. Me acerque a el y le dije:
--?Que? ?Que pasa? ?Que mira usted?
--iYo!--exclamo el, sorprendido.
--Si, me mira usted con una cara....
--Cara de _jambre, zenorito_--me dijo amablemente--. No ha _pazao_ por
mi cuerpo en _to_ el dia a razon de _doz cuartoz_ de comida.
Aquello me dio una ira y una tristeza profunda. El hombre me conto que
estaba sin colocacion; la familia y los hijos sin comer. Le invite a
tomar cualquier cosa; pero el me dijo que, si queria pagarle algo,
preferia llevarlo a casa. Le di dos o tres pesetas y el hombre se largo
corriendo.
Mi aburrimiento y mi desesperacion se iban fundiendo en una niebla
melancolica que se apoderaba de mi cerebro. El capitan de la _Vertrowen_
y yo estuvimos mirandonos sin hablarnos. De pronto nos decidimos a
marcharnos. Al salir el capitan tropezo con un marinero que entraba, y
estuvo a punto de caer al suelo. El holandes no solo no se incomodo,
sino que dio excusas al marinero, que, a su vez, pidio mil perdones por
su torpeza.
Yo me avergonce de mis instintos fieros. La bruma melancolica iba
avanzando en mi alma, dando a mis ideas un tono de sentimentalismo
verdaderamente ridiculo.
Fuimos el holandes y yo al muelle. Mi companero de embriaguez bajo los
escalones de una escalerilla y se puso a gritar, hasta que broto de
entre las tinieblas un bote blanco. Crei
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