anica y moralmente
encanijada; que yo necesitaba hacer algo, gastar la energia, vivir.
Muchas veces, al asomarme a la muralla, al ver la bahia de Cadiz,
inundada de sol, el mar somnoliento, dormido; los pueblos lejanos, con
sus casas blancas; la sierra azul de Jerez y Grazalema recortada en el
cielo; al contemplar esta decoracion esplendida, me preguntaba:
--Y todo esto, ?para que? ?Para vivir como un miserable conejo y recitar
unos cuantos chistes estupidos?
Realmente era poca cosa.
Un domingo de invierno, por la tarde, al anochecer, no se por que me
decidi a dejar la diligencia de San Fernando y a quedarme en Cadiz.
Habia en el muelle esa tristeza de domingo de los puertos de mar. No me
sentia alegre, sino agresivo, con gana de hacer una brutalidad
cualquiera. Entre en una tienda de montanes, pedi pescado frito y vino
blanco. Comi y bebi en abundancia. Estos colmados andaluces resumen el
caracter de la region: son pequenos, pintorescos y complicados.
Sali del colmado, fui a un cafe de la calle Ancha, tome unas copas de
licor y me marche de alli dispuesto a todo.
Era ya de noche; mis botas metian un ruido tremendo por las calles
desiertas.
Me parecio que quiza no habia bebido bastante para ser todo lo insolente
y procaz que queria, y me sente en la mesa de una taberna, en la acera,
en una calle en donde hay tal profusion de colmados y de peluquerias,
que no parece sino que aquella gente se ha de pasar la vida entre el
plato de pescado frito y la tenacilla para rizarse el pelo.
A mi lado habia un hombre borracho, vestido de negro, con el sombrero
ladeado y una flor roja en el ojal.
Se levanto de su silla y se acerco a mi sonriendo. Yo le mire de mala
manera y, como estaba iracundo, le pregunte:
--?Que pasa? ?Que quiere usted?
El sonrio estupidamente.
--?Marino?--me dijo despues, en ingles, senalandome con el dedo.
--Si, marino--le conteste yo--. ?Y que?
--Yo tambien marino--anadio el--. ?Usted espanol?
--Si, espanol.
--Yo, holandes. Los dos marinos..., los dos borrachos. Buenas
amistades.
Despues de decir esto y estrecharme la mano, el holandes se sento a mi
mesa. Bebimos juntos. El holandes era capitan de la corbeta _Vertrowen_.
Era chato, rojo, rubio, con unos bigotes amarillentos, caidos y lacios
como los de un chino; el traje negro, casi de etiqueta, que en aquella
taberna llamaba la atencion.
Yo me constitui en su defensor, y pense que si se burlaban de el tenia
derecho p
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